En los último 10 años, las universidades públicas han tenido que sortear varios obstáculos en una Venezuela congestionada por la crisis económica y social.
En esta última década la academia venezolana ha sido víctima de un plan inédito de desaparición institucional, según los expertos.
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De hecho, mencionan que el presupuesto apenas cubre entre un 1 % y un 20 % de lo solicitado, sueldos de miseria, instalaciones vandalizadas y deterioradas, laboratorios cerrados, beneficios estudiantiles insuficientes (comedor, transporte, becas).
En algunos casos, instalaciones físicas atacadas y destruidas como en el caso de la Universidad de Oriente o de la Universidad del Zulia (LUZ), son las secuelas de una política diseñada para arrinconar a unas instituciones que se han negado a perder su independencia política y administrativa.
Sin profesores, sin alumnos, sin investigación
Este deterioro inducido ha traído consecuencias nefastas para la educación superior en Venezuela. Una de ellas es la diáspora profesoral: no se trata tanto de una fuga como de una expulsión de cerebros.
Se calcula que, en 2022, unos 3.500 docentes habían abandonado o renunciado a sus cargos para atender ofertas de universidades latinoamericanas y de otras partes del mundo. Esta cifra equivale al cierre de una universidad como la Universidad Central de Venezuela (UCV), la Universidad de Los Andes (ULA) o la LUZ.
No solo ha disminuido el número de profesores: también la matrícula estudiantil ha ido cayendo de manera progresiva. Cifras conservadoras señalan una caída que oscila entre el 60 % y el 70 %. Aquí dos ejemplos:
La Universidad Pedagógica Experimental Libertador, con siete institutos distribuidos a lo largo del país, ha visto disminuir su matrícula estudiantil de 105.000 en 2012, a menos de 45.000 estudiantes en 2021.
La Universidad Central de Venezuela cuenta en 2023 con una matrícula de poco más de 20.000 estudiantes cuando, históricamente, albergaba en sus aulas a cerca de 50.000.
Otro efecto es el descenso de la investigación académica. Tradicionalmente, las universidades nacionales generaban el 80 % de la investigación que se producía en el país. Desde 2010, las cifras demuestran que ha habido una reducción continuada de la producción de artículos científicos.
En 1996 Venezuela aportaba el 4,7 % de toda la producción de estudios en América Latina y el Caribe. Ocupaba el quinto lugar detrás de Brasil, México, Argentina y Chile. A julio de 2023, Venezuela aporta menos del 0,6 %, ocupando el octavo lugar, por detrás de Chile, Colombia, Perú y Cuba, además de los cuatro gigantes mencionados.
En cuanto a las patentes, hace años que no se evidencian nuevos registros de innovaciones tecnológicas.
Perdida su alma mater
Quizás el daño más profundo se ha infligido en el alma de los universitarios venezolanos, profesores, alumnos y trabajadores. El debate académico se ha ido diluyendo ante la imperiosa necesidad de sobrevivir en condiciones tan hostiles.
Si bien es cierto que las universidades quedaron vacías por las restricciones propias de la pandemia y la pospandemia, también lo es que factores como la falta de gasolina y la escasez de recursos para los traslados, así como las nulas condiciones de bioseguridad y el cierre de servicios como el comedor universitario, ayudaron a convertir los campus venezolanos en paisajes desolados.
Pese a las iniciativas para continuar las actividades de forma remota, la dispersión, la desmotivación y el uso del tiempo para la búsqueda de recursos personales para la supervivencia hicieron que la vida universitaria se redujera al mínimo, garantizando a medias las actividades docentes. Esto hizo que desapareciera toda actividad de investigación, discusión académica y confrontación de ideas.
Con información theconversation
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