“Hay un viejo decrépito que quiere tomar el poder en Venezuela… Viejo decrépito del capitalismo salvaje. Es el viejo decrépito que ha acabado con pueblos…” Nicolás Maduro
El origen del insulto con el cual se expresa Maduro en el epígrafe puede ser encontrado en el odio y el resentimiento, y su finalidad es la descalificación y de ser posible, la anulación del otro; lo que nos recuerda que el insulto es una cobardía que pretende dejar al otro indefenso.
Por Manuel Barreto
Son muchos años de disparates, barbaridades e improperios; pensábamos en sus inicios que se trataba de empobrecimiento lingüístico, pero la manera irrespetuosa, denigrante y violenta con la que suele expresarse de la oposición, de cuantos le adversan, nos señala que este maldiciente tan solo se afana en repetir aquel guion, aquella receta de insolencias, ante las cuales tan solo tenemos presente que no existe insulto hasta que el que recibe el improperio, lo valora como tal. Ser civilizados supone reprimir ciertos deseos, no dar rienda suelta a la espontaneidad, guardar las distancias, dar importancia al respeto mutuo, sin embargo, se empeña en realizar maniobras que distancian el civismo, la tolerancia, la discusión serena y objetiva de las ideas. Buscando la anomia total se empeña en mantener un ambiente de hostilidad política y fractura, con la alocada intención de lograr un momento traumático, que permita dar al traste con la ineludible realidad que le espera.
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Como respuesta inmediata al burdo comentario presidencial, pudimos leer en un post de Edmundo González Urrutia, ese Señor Candidato quien hoy nos visita en Valencia: “Vamos a construir un país donde el presidente no insulte. Vamos a construir un país donde a los trabajadores no se les obligue a actuar contra su voluntad. Vamos a construir un país donde todos quepan, dejando atrás la confrontación. Vamos a construir un país donde todos puedan vivir tranquilos y en paz.” He aquí un pequeño pero contundente ejemplo de la firmeza de su carácter, su vida estrictamente consecuente y sus conceptos bien claros, precisos y definidos, como también el conocimiento propio de la exacta posición que ocupará, son elementos de enorme importancia para hacerle el presidente idóneo y son factores fundamentales en la buena conducción de una delicada transición.
Acá lo que percibimos como decrépito es un régimen de veinticinco años que va de salida pues se le acabaron las artimañas para ocultar la dura realidad que le alcanzó. Ahora se percibe ese final pues este régimen no pudo cumplir, ni podrá cumplir nunca, porque no cuenta con la capacidad, la formación, la dedicación, ni el personal adecuado para emprender la impostergable tarea de sacar a la Nación de ese marasmo al cual él mismo terminó de llevarla.
Por Manuel Barreto
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