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Tamara Taraciuk Broner: “El poder no es monolítico en Venezuela. Maduro no es Chávez”

“Venezuela está en uno de sus peores momentos. El régimen de Nicolás Maduro no está yendo en dirección a una dictadura como la de Nicaragua, sino que ya está ahí”, asegura Tamara Taraciuk Broner, abogada egresada de la Universidad Torcuato Di Tella y con una maestría en Derecho, en una potente entrevista firmada por Astrid Pinielky para La Nación, diario argentino.

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Sus palabras llegan por teléfono desde Uruguay. Es difícil descifrar su acento, por momentos neutro, en otros levemente caribeño. Nació en Caracas, se crió y se educó en la Argentina, vivió en los Estados Unidos y ahora reside al otro lado del Río de la Plata.

Para Taraciuk Broner el escenario es complejo, pero aún es viable una salida negociada hacia una transición democrática, si aumenta la presión internacional coordinada, si la oposición se mantiene unida y si se pone en marcha un programa que ofrezca reducir penas en los casos de delitos que no sean crímenes de lesa humanidad. Para eso trabaja Taraciuk como directora del Programa de Estado de Derecho Peter D. Bell en el Diálogo Interamericano.

Hito político

“Se pueden ofrecer beneficios que son legales y reducción de penas a cambio de medidas concretas para una transición democrática”, sostiene Taraciuk, especialista en temas de derechos humanos y justicia transicional, ex directora para las Américas de Human Rights Watch.

Taraciuk es hija de padres argentinos exiliados en Venezuela durante los años setenta. Su abuelo, Julio Broner, un importante industrial autopartista con “conciencia social”, fue presidente de la Confederación General Económica (GGE) durante el último gobierno de Perón. No estaba en la Argentina cuando se produjo el golpe militar de 1976, pero integraba una lista negra y nunca regresó al país.

La historia familiar y el vínculo profundo con su abuelo, admite Taraciuk, marcó una vocación y un interés académico y profesional: “Trabajar para que las personas puedan elegir dónde vivir y cómo quieren hacerlo”.

En diálogo con LA NACION, Taraciuk analizó el laberinto venezolano, el drama de un país que en los años setenta dio cobijo a su familia y a tantas otras llegadas de la Argentina y que, décadas después, durante el gobierno chavista, expulsó a ocho millones de personas en una diáspora al exilio. “Creo que hay que hay que ser muy valiente para ser el próximo presidente de Venezuela”, afirma Taraciuk, que en estas últimas elecciones fue de las tantas ciudadanas venezolanas en el exterior que intentó votar y no pudo hacerlo.

¿Cómo describirías la foto actual de Venezuela?

Creo que Venezuela está en uno de sus peores momentos. Hay una escalada represiva que no es nueva porque los patrones que estamos viendo son muy similares a lo que ocurrió en el pasado, pero es mucho más intensa y con un nivel de control social mucho mayor a lo que se veía antes. Y, por otro lado, las elecciones del 28 de julio fueron un hito político. A pesar de las condiciones económicas y humanitarias del país, millones de personas se movilizaron para votar y dejaron claro que la gran mayoría del país quiere un cambio. La respuesta de quienes están en el poder es un fraude evidente y descarado y quedó totalmente desmoronado cualquier intento de fachada o legitimidad democrática que el gobierno Maduro quería obtener con estas elecciones.

¿Crees que Maduro subestimó lo que iba a pasar con estas elecciones, los resultados, la escala de la movilización, las actas en poder de la oposición que probaron el fraude?

Uno se pregunta por qué este régimen abusivo dejó que esto pase, ¿no? Y creo que pasaron dos cosas: una, hace un tiempo Venezuela venía tratando de imponer la idea de que la situación no estaba tan mal y de que la economía estaba un poco mejor. Venían intentando imponer esa tesis de la normalización para reingresar a los mercados internacionales y para eso necesitaban cierta legitimidad que solo podían obtener con unas elecciones medianamente creíbles. Por eso permitieron que se llegara al Acuerdo de Barbados en 2023 para la realización de las elecciones; permitieron que la oposición, con un montón de dificultades en elecciones que no fueron ni justas ni libres, se presentara y permaneciera en las elecciones y permitieron que hubiese algo de observación electoral internacional: no dejaron ingresar a la Unión Europea, pero sí fueron Naciones Unidas y el Centro Carter. Y el otro factor es que creo que calcularon mal dos cosas. Uno, el margen de la victoria de la oposición con una brecha que fue muy grande, con lo cual el anuncio oficial era claramente un fraude. Y lo otro que no previeron fue la capacidad de organización de la oposición para probar que ganaron, porque no es la primera vez que la oposición dice que ganó, pero sí es la primera vez que hubo una estrategia coordinada para obtener los registros y poder probar que tenían la mayor cantidad de votos.

Es interesante que las combinaciones de estas tres cuestiones marquen las diferencias respecto de las experiencias anteriores.

Sí, hace años que en Venezuela hay tres crisis simultáneas. Hay una arremetida contra opositores que varía en intensidad, hay una emergencia humanitaria donde hay un informe periódico de Naciones Unidas que dice que hay millones de personas que necesitan asistencia humanitaria, y hay una consecuente crisis de refugiados, exiliados y migrantes, con casi ocho millones de personas que salieron del país. Nada de eso es nuevo. La gente estaba devastada, muy cansada y tenía que preocuparse por el día a día, entonces ya era muy difícil movilizarla para que expresara su descontento con todo lo que estaba pasando. Pero el pueblo venezolano es profundamente democrático. Entonces, lo interesante del 28 de julio fue que tuvieron la opción de ir a votar. Y todos intentaron hacerlo. Pues intentamos, diría, porque quise inscribirme para votar acá en Uruguay y no pude.

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