El niño de seis años caminó hacia su iglesia con noticias emocionantes para compartir. Había pensado un poco en el asunto, le dijo al sacerdotes Luis Alberto Mosquera, y había decidido que quería ser un católico practicante.
Según el niño, el sacerdote le respondió: “Si quieres ser monaguillo, debes pasar una prueba”. Años más tarde, el testimonio del niño sobre aquella tarde en la casa parroquial resultaría crucial: un juzgado concluyó que Mosquera había abusado sexualmente de él.
Mosquera fue condenado en 2006 a más de siete años de prisión por abuso sexual contra un niño, pero no terminó su sentencia. Sus abogados temían por su seguridad en prisión y solicitaron la libertad condicional. Un juez estuvo de acuerdo; Mosquera fue liberado después de dos años y regresó a la iglesia en el estado de Lara, donde todavía es sacerdote. Una foto publicada en su página de Facebook en 2016, y republicada en 2017, lo muestra rodeado de niños.
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El caso del clérigo de 63 años se encuentra entre los 10 que involucran denuncias de abuso sexual infantil examinados por The Washington Post en los últimos dos años. Este diario entrevistó a líderes católicos, policías, funcionarios judiciales y víctimas, y revisó documentos policiales y judiciales. En la mitad de los casos, que datan de 2001 a 2022, encontró sacerdotes condenados por cargos de abuso que fueron liberados antes de tiempo o que no cumplieron ningún tiempo en prisión. En al menos tres casos, a los sacerdotes se les permitió regresar al ministerio.
Los entrevistados señalan que hay un patrón que sugiere la colusión entre un sistema judicial corrupto y la Iglesia para proteger a los perpetradores en lugar de a las víctimas. El elemento común en los 10 casos: los niños involucrados procedían de entornos pobres y vulnerables.
Las acusaciones de abuso por parte de sacerdotes han sacudido a la Iglesia en América Latina en los últimos años. Las agresiones denunciadas en México, Argentina, Chile, Colombia y Perú han arrojado condenas y renuncias en los más altos niveles de la institución.
Pero Venezuela ha logrado escapar de la ola. Los analistas dicen que una de las razones es que solo se ha puesto el foco en la agitación política que existe en el país socialista en quiebra. Un sistema judicial roto es otra. La influencia de la Iglesia y su comparativa estabilidad es una tercera.
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“Se han pospuesto tantas cosas debido a la agitación social y política”, dijo en entrevista David Smilde, sociólogo de la Universidad de Tulane cuya extensa investigación sobre el país se ha centrado en parte en la religión. “Una de las instituciones que más respetan los venezolanos es la Iglesia católica. Eso limita cuánto puedes actuar”.
Hugo Chávez, fundador del actual Estado socialista en Venezuela, criticó públicamente a la Iglesia. Pero su sucesor, el presidente Nicolás Maduro, ha sido mucho menos franco sobre las transgresiones de los sacerdotes, y la Iglesia se ha convertido en un intermediario entre el gobierno y la oposición.
“Nuestra relación con la Iglesia ha sido de mediación y soporte político”, dijo Julio Borges, un político opositor.
Para miembros del clero que han abusado de menores, el estatus de la Iglesia parece haberles brindado protección. Un sacerdote en Zulia, por ejemplo, no pasó tiempo en prisión a pesar de haber sido condenado por abuso sexual agravado en contra de una niña de 12 años. Un sacerdote del estado de Falcón se declaró culpable de cometer un acto carnal contra una joven de 14 años, pero se le concedió arresto domiciliario con la condición de que se mantuviera alejado de la víctima. Regresó a la Iglesia, donde hoy continúa con su ministerio.
Para las víctimas de estos casos, la vida sigue siendo una lucha. Por lo general, tienen poco apoyo cuando intentan seguir adelante.
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