“Como es adentro es afuera”, dice un viejo axioma proveniente de un antiguo libro de sabiduría hermética. Y es que lo que acontece en nuestro interior puede perturbar la paz o alterar la percepción de lo que pasa en nuestro entorno.
No en vano se dice -en psicología y hasta en tendencias new age-, que los verdaderos cambios en la vida comienzan desde nuestro interior. Probablemente la vida moderna haya restado importancia al poder que tiene la paz o sosiego interno. Pero esta sale a flote cuando lo externo nos abruma al punto de mover nuestro equilibrio.
Sí, las relaciones complicadas, el estrés del trabajo, las crisis económicas y las tensiones políticas son factores externos capaces de sacarnos de balance y contribuir con la diminución de nuestras defensas. ¿Conclusión? Viene el pase de factura del cuerpo: la tensión sube, los problemas cardíacos aparecen, nuestros nervios se descontrolan y el sistema colapsa. ¿Y todo por qué? Pues porque no se tiene un soporte del cual echar mano cuando los primeros síntomas del desplome se presentan.
La serenidad -una virtud menospreciada en tiempos modernos- era, en la época de los samuráis, el poder más ansiado por los guerreros, ya que es desde esa calma (que nada tiene que ver con pasividad), desde la cual se puede leer el contexto que nos permitirá saber cuándo movemos y dónde fijar los objetivos en el largo plazo.
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Es por eso que calmar los monstruos internos es tan importante, pues si bien la mente puede ser nuestra mejor aliada, también puede ser nuestra peor pesadilla. Para ello hay que conseguir situarse por encima de las preocupaciones para no ceder a sus engaños que nos confunden y neutralizan. Y mejor, cuando logramos vencer estos demonios, será más sencillo restarle poder a cualquier tormenta externa que se presente.
Pasito a pasito, suave, suavecito
Los expertos aseguran que las persona con herramienta internas -léase creencias religiosas, pautas espirituales o simplemente resilientes por naturaleza-, son más capaces de resistir a los embates o altibajos de lo que corrientemente llamamos infortunio. Esto se debe principalmente a que la fe, la esperanza o hasta la certeza de que todo “pasará”, los hacen, si bien, no inmunes, si fuertes a las trampas de la mente.
¿Pero cómo conservar la fe o la serenidad interior cuando todo parece caerse a pedazos a nuestros alrededor? Si bien no hay una sola respuesta para ello y tampoco hay fórmulas mágicas, si existen pautas básicas a seguir.
Elegir lo positivo por encima de lo negativo. Esto no quiere decir que se abandone a la negación. La realidad está allí, y cuando es ruda, usted puede decidir -de manera consciente-, verla como una oportunidad de transformarse y encontrar el potencial de fortalecimiento que hay en ella. En esto se basa aquello de ver el “vaso medio lleno, en lugar de medio vacío”. Es también privilegiar los pensamientos positivos y restarle peso a los negativos.
Alejarse de los pesimistas. Pesimistas, quejumbrosos, fatalistas son personas que buscan atención regodeándose en lo negativo: noticias, situaciones, tragedias, etc. En el fondo son vampiros energéticos que se nutren de la angustia que pueden generar en otros. Cuando pueda detectarlos, huya en sentido contrario, y cuando no pueda –por razones sociales o de espacio físico-, practique la herramienta poderosa del Ho Oponopono: limpie repitiendo mentalmente la palabra gracias, mientras sonríe y lo escucha, sin dejar que su veneno penetre en su sistema.
Visualización creativa. Estudios muy reputados aseguran que la visualización en positivo es una poderosa herramienta para superar la angustia e incertidumbre. Esta técnica consiste en recrear en la mente un momento del pasado o crear una situación ideal y disfrutar de cada sensación que ella genere y hacer de esa sensación un estandarte, una fuente de poder, un cargador energético.
Con información Diario 2001
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