Los talibanes fueron derrocados del poder en 2001, tras una incursión militar liderada por Estados Unidos, pero poco a poco el grupo islamista ha ido retomando fuerza a lo largo y ancho de Afganistán.
Mientras Estados Unidos se prepara para completar la retirada de sus tropas antes del 11 de septiembre, tras dos décadas de guerra, los talibanes invaden puestos militares afganos, pueblos y aldeas, e incluso algunas ciudades importantes, avivando temores de que puedan derrocar al gobierno.
Los talibanes entraron en conversaciones directas con EE.UU. en 2018, y el año pasado ambas partes llegaron a un acuerdo de paz en Doha que comprometía a Estados Unidos a retirarse y a los talibanes a no atacar a las fuerzas estadounidenses.
También acordaron no permitir que alQaeda ni otros militantes operaran en las zonas que controlaban, además de continuar con las conversaciones de paz internas.
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Actualmente las conversaciones de paz de Doha han quedado paralizadas y mucha de la gente que vive en las ciudades tomadas por los talibanes ha perdido sus bienes o sus seres queridos.
Los talibanes, o «estudiantes» en lengua pastún, surgieron a principios de la década de 1990 en el norte de Pakistán tras la retirada de Afganistán de las tropas de la Unión Soviética.
Se cree que el movimiento, predominantemente pastún, apareció por primera vez en seminarios religiosos, en su mayoría pagados con dinero de Arabia Saudita, en los que se predicaba una forma de línea dura del islam sunita.
La promesas hechas por los talibanes, en las áreas pastún que se encuentran entre Pakistán y Afganistán, fueron restaurar la paz y la seguridad y hacer cumplir su propia versión austera de la sharia, o ley islámica, una vez en el poder.
Desde el suroeste de Afganistán, los talibanes ampliaron rápidamente su influencia.
En septiembre de 1995 capturaron la provincia de Herat, fronteriza con Irán, y exactamente un año después capturaron la capital afgana, Kabul, derrocando al régimen del presidente Burhanuddin Rabbani, uno de los padres fundadores de los muyahidines afganos que resistieron la ocupación soviética.
En 1998, los talibanes controlaban casi el 90% de Afganistán.
Cansados de los excesos de los muyahidines y de las luchas internas después de la expulsión de los soviéticos, la población afgana en general recibió con buenos ojos a los talibanes, cuando estos aparecieron por primera vez.
Su popularidad inicial se debió en gran parte a su éxito erradicando la corrupción, frenando la anarquía y trabajando para que las carreteras y las áreas bajo su control fueran seguras, impulsando así el comercio.
No obstante, los talibanes también introdujeron y apoyaron castigos acordes a su estricta interpretación de la ley islámica: ejecutando públicamente a asesinos y adúlteros que habían sido condenados y amputando a los que habían sido declarados culpables de robo.
Asimismo, los hombres debían dejarse crecer la barba y las mujeres tenían que llevar un burka que les cubría todo.
Los talibanes también prohibieron la televisión, la música, el cine, el maquillaje y desautorizaron que las niñas de 10 años o más fueran a la escuela.
Algunos afganos seguían haciendo estas cosas en secreto, arriesgándose a recibir castigos extremos.
Los talibanes fueron acusados de diversos abusos culturales y de violaciones a los derechos humanos.
Un ejemplo notorio fue en 2001, cuando los talibanes siguieron adelante con la destrucción de las famosas estatuas del Buda de Bamiyán en el centro de Afganistán, a pesar de la condena e indignación que esto causó en todo el mundo.
Pakistán ha negado repetidamente las acusaciones de que ayudó a darle forma a los talibanes, pero son pocas las dudas de que muchos afganos que inicialmente se unieron al movimiento fueron educados en madrasas (escuelas religiosas) en Pakistán.
Pakistán también fue uno de los únicos tres países, junto a Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos (EAU), que reconocieron a los talibanes cuando tomaron el poder.
Igualmente, fue la última nación en romper relaciones diplomáticas con el grupo.
Los talibanes se convirtieron en uno de los focos de atención en todo el mundo tras los ataques al World Trade Center de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001.
Fueron acusados de servirles de santuario a los principales sospechosos de los ataques: Osama bin Laden y su movimiento al Qaeda.
El 7 de octubre de 2001, una coalición militar liderada por Estados Unidos lanzó ataques en Afganistán y, para la primera semana de diciembre, el régimen talibán ya se había derrumbado.
El entonces líder del grupo, Mullah Mohammad Omar, y otras figuras importantes, incluido Bin Laden, eludieron la captura a pesar de haber sido una de las persecuciones más grandes del mundo.
Según informes, muchos altos dirigentes talibanes se refugiaron en la ciudad paquistaní de Quetta, desde donde guiaron al grupo. Pero Islamabad negó la existencia de lo que se bautizó como el «Quetta Shura» en Pakistán, un grupo de veteranos del régimen talibán.
Sin embargo, durante las recientes conversaciones de paz con EE.UU., los talibanes aseguraron que no albergarían de nuevo a al Qaeda, organización que se encuentra muy disminuida.
Mawlawi Hibatullah Akhundzada fue nombrado comandante supremo de los talibanes el 25 de mayo de 2016, después de que Mullah Akhtar Mansour muriera en un ataque con aviones no tripulados estadounidenses.
En la década de 1980, participó en la resistencia islamista contra la campaña militar soviética en Afganistán, pero su reputación es más la de un líder religioso que la de un comandante militar.
Akhundzada trabajó como jefe de los Tribunales de la Sharia en los años 1990.
Se cree que tiene unos 60 años y ha vivido la mayor parte de su vida dentro de Afganistán. Sin embargo, según expertos, mantiene estrechos vínculos con la llamada Quetta Shura, los líderes talibanes afganos que dicen tener su base en la ciudad paquistaní de Quetta.
Como comandante supremo del grupo, Akhundzada está a cargo de los asuntos políticos, militares y religiosos.
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