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Artabán, el cuarto rey mago. Cuento de Navidad para niños

Los cuatro reyes Magos habían hecho un increíble descubrimiento: acababa de aparecer una estrella nueva en el cielo, mucho más grande y brillante que el resto. Según todas las pruebas y fórmulas que hicieron, esa estrella anunciaba el nacimiento inminente del niño Jesús.

Los cuatro reyes magos se comunicaban entre sí mediante mensajeros, pero estaban muy lejos uno del otro: Melchor, el más mayor, vivía en la zona más oriental de Europa; Gaspar procedía de Asia; Baltasar, el más joven, de un país africano, y Artabán, de la zona de Persia.

Los cuatro Reyes Magos acordaron encontrarse junto a un monumento con forma de pirámide que había en Borsippa (antigua Mesopotamia). Así que hicieron los cálculos para llegar al mismo tiempo a ese punto. Gaspar y Baltasar tuvieron que salir unos días antes. Después Melchor y por último Artabán, que en principio estaba más cerca y tardaría menos.

Los regalos de los Reyes Magos de Oriente

Los cuatro Reyes Magos se pusieron de camino, a lomos de un dromedario. Todos llevaban un regalo: Melchor llevaba oro, Gaspar, incienso, y Baltasar, mirra. Artabán no llevaba uno… ¡sino tres regalos! Estaba tan contento del acontecimiento, que había buscado los mejores regalos para el niño Dios.

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Artabán mandó buscar el diamante más grande, el mejor jaspe de Chipre y el rubí más espectacular. Todo le parecía poco para el niño Jesús. Contento por conseguir estos fantásticos regalos, los guardó en una bolsa delicadamente cerrada con cinta de seda y se puso en marcha.

Su encuentro con el vagabundo

Artabán había salido con mucho tiempo, porque no quería llegar tarde, pero poco después de comenzar su camino, se encontró con un pobre al que además estaban apaleando unos bandidos.

– ¿Pero qué hacéis?- les gritó el rey mago, desde su imponente dromedario-. ¿Qué mal os hizo este hombre, por qué le pegáis?

– ¡No te metas en la pelea, extranjero!- respondieron los hombres- Éste de aquí nos debe dinero, y no nos lo devuelve.

– ¿Es eso cierto?- le preguntó entonces el rey mago.

– Sí, es cierto- contestó el pobre hombre-. Pero no les puedo pagar, porque no tengo nada, ni siquiera para comer. Llevo días sin probar bocado, y no encuentro trabajo.

– Entonces… – dijo Artabán volviéndose a los hombres que le estaban pegando- ¿Por qué le maltratáis? No conseguiréis nada con ello… no puede pagar. Pero esperad, yo sí puedo. ¿Cuánto dinero os debe?

– Es muchísimo, no podrás pagarlo- dijo uno de los hombres.

– ¿Bastará con esto?- preguntó entonces el rey mago, mostrando el gigantesco diamante que llevaba al niño Jesús.

Los hombres se quedaron petrificados ante el brillo de aquella piedra.

– Por supuesto que sí, es suficiente- dijeron casi a la vez los hombres-. Pero debe quedarse con nosotros hasta que alguien nos demuestre que el diamante es verdadero. Si es falso, mataremos a este hombre.

– Me quedaré lo que haga falta. No pienso dejar a este pobre hombre en vuestras manos-, contestó él.

Los hombres tardaron dos días en encontrar a una persona capaz de asegurar el valor del diamante. Artabán esperó paciente hasta entonces. Y continuó su camino hacia el punto de encuentro.

El encuentro con el soldado de Herodes

Cuando el Rey Mago de Persia llegó al punto de encuentro, ya no había nadie. Sus compañeros, o no había llegado, o habían partido sin él. Esperó dos días y al ver que no llegaba nadie, decidió partir. Un poco desolado, siguió el camino hacia Belén, pero antes de llegar, se encontró con una escena espeluznante: decenas de soldados de Herodes buscaban recién nacidos para matarlos.

De pronto, Artabán vio a un soldado a punto de matar a un pequeño. Fue corriendo hacia él y le dijo:

– ¡No lo hagas! ¡Es un inocente!

– ¿Quién eres tú para detenerme? Yo obedezco a mi rey, a Herodes- contestó el soldado.

– ¿Qué puedo ofrecerte a cambio de la vida de este niño?- Y, sacando de su bolsa el impresionante rubí que llevaba al niño Jesús, se lo tendió al soldado-. ¿Es esto suficiente?

El soldado bajó entonces la espada, tomó el rubí y dijo:

– Sí, esto puede bastar- Y siguió su camino, dejando al niño llorando en los brazos de su madre.

– Gracias, oh, gracias, buen hombre– dijo entre llantos la madre del pequeño.

– No me las des a mi-contestó el rey mago-, sino a Jesús, el hijo de Dios que nació hace unos días. Él os ha protegido.

Pero de pronto otro soldado que había visto lo que acababa de pasar, le arrestó, y Artabán tuvo que pasar treinta años en una cárcel.

El encuentro con Jesús

A los treinta años de cautiverio, nuestro cuarto rey mago salió y se encaminó a Judea, en donde decían que estaba Jesús. Pero entonces oyó que decían que le iban a crucificar. Artabán aceleró la marcha, pero se encontró por el camino a un padre que estaba a punto de subastar a su hija para pagar unas deudas.

– ¡No lo hagas!- dijo el cuarto rey mago al hombre- ¡Es tu hija! ¡No puedes hacer eso!

– ¿Y tú quién eres para decirme lo que puedo o no puedo hacer? Tengo muchas deudas y es la única forma de librarme de ellas.

– ¿Cuánto necesitas? ¿Bastará con esto?- Y entonces le mostró el jade que llevaba para Jesús.

– ¡Es jade! ¡Claro que sirve!

Artabán consiguió la libertad de la muchacha, pero no llegó a tiempo para conocer a Jesús. Justo cuando llegó, acababa de morir.

– Hace tres días ya que murió– le contó una mujer que pasaba por allí.

Y de pronto, el suelo se abrió, comenzaron a desmoronarse algunas casas, y una figura se apareció frente al cuarto rey mago: era Jesús.

– Artabán, te estaba esperando- le dijo Jesús al Rey Mago.

– ¿Cómo sabes quién soy? ¿Me conoces?- preguntó asombrado.

– Sé quién eres, sé lo que has hecho. Y estoy muy orgulloso de ti- le dijo Jesús- Me has ayudado mucho…

– Pero, ¿cómo te he ayudado yo?- quiso saber él.

– Cuando ayudaste al vagabundo, me ayudaste a mí; cuando salvaste la vida de aquel niño, salvaste la mía; cuando ayudaste a aquella muchacha a recobrar la libertad, me diste la mía. Artabán, ven conmigo, porque tienes un lugar reservado junto a mí en el reino de los cielos.

Artabán sonrió y le dio la mano a Jesús. Es la última vez que le vieron.

(Basado en el cuento navideño ‘The Other Wise Man’, de Henry Van Dyke)

Con información de: Tu Cuento Favorito


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