El arte del toreo, según Hemingway es una institución española. Sus componentes fundamentales son ganadería, toreros, coso y afición. Su evolución en Valencia fue distinta a su desarrollo en España. Dado su carácter importado comenzó con una afición de pocos entendidos y una plaza de usos múltiples. Después se incorporaron los otros dos elementos, inicialmente desde afuera.
Por Simón García
La fiesta brava en Valencia comenzó con reses cimarronas de hatos del municipio. Existe suficiente documentación sobre la existencia de ganado, aun antes de la fundación del poblado, en el hato de Vicente Díaz. En la expedición de Diego de Lozada, en 1567, hacia la tierra de los Toromaymas, hoy Caracas, éste expresa agradecimiento por la ayuda que le prestó Díaz. Es, centenares de años después, cuando Juan Branger establece Tarapío, la primera ganadería de toros de lidia de Carabobo. La segunda fue en Urama por emprendimiento de los Branger Llorens.
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Los primeros toreros valencianos con trajes de luces fueron muy pocos, entre ellos Alí Gómez, Carlos Jiménez, Juan Flores y posteriormente la explosión torera de Bernardo y la dinastía Valencia.
La afición tomó cuerpo a partir del 1 de enero de 1921 cuando los cuatro hermanos Branger, Federico, Ernesto, Paco y Luis inauguraron Arenas de Valencia con una corrida a las cuatro y media de la tarde y en la noche con el estreno de la película El Conde de Montecristo. Dos años antes un Branger Rutman había inaugurado el Nuevo Circo de Caracas y doce años después dos hijos del General Gómez comenzaron el espectáculo taurino en la Urbanización Calicanto de Maracay y acogieron la idea de criar ganado de lidia en Venezuela importando toros de España y Portugal.
Mientras resonaban aún los Olés, en varios bares del pueblo- ciudad, especialmente los cercanos a la Navas Espínola se cambiaba el asiento en un palco por el de sillas en unas bulliciosas mesas.
Al circuito hispano de la fiesta brava, se agregaron unos personajes ignorados, los mesoneros quienes comenzaban su faena cuando terminaba la corrida. En estas tascas, todavía hasta finales de los sesenta había reputados cantaores de bulerías que animaban el momento por amor al arte como el malagueño Juanillo Mesa vecino de El calvario. También mesoneros que hablaban en perfecto andaluz o extraordinarios cronistas orales de la historia taurina de Valencia como Guacharaca, que si no la sabía la inventaba.
Entre los mesoneros taurinos más antiguos de Valencia hay que recordar a Pancho López en el Hotel Gran Casino, frente al Arenas de Valencia; Rubén Silvestre que atendía con afamado gracejo en el Tokay; José Díaz, propietario y mesonero del Alaska; Adolfo Pastrana el mesonero estrella del Café Madrid; Luis Pasquiño, quien dispensaba su fina atención a los intelectuales asiduos a la Cervecería Alemana de Gustavo Liner y el mesonero de la Tasca en la esquina del Monolito, sede de la Peña Social Taurina que funcionaba desde 1941 y de cuyo nombre nadie quiso acordarse.
Según el sabio historiador taurino César Dao, en esta tasca había un ruedo donde se celebraban espectáculos taurinos y conferencias literarias. Añade su hermano, Wallo Dao, que le sigue los pasos, que también en Santa Rosa, en la calle López el gran José Joaquín Cruces Mejías, la Lapa, gerenciaba y atendía mesas cuando organizaba tardes taurinas y ciclos de conferencias. Allí acumularon alta fama los mesoneros Tulio Rosa, el Tiburón y José de la Paz Ochoa.
Entre los personajes populares de estas tenidas se recuerdan aficionados prácticos muy populares como Alejandro Ramos, Barajas, quien inventaba un toro invisible para representar ante todos como lo doblegaba en su imaginación, escenificación cuya calidad respaldaba en sus estrictos pases al aire desde el centro del bar.
Las Acacias fue primero Hostería y después, desde finales de los sesenta, Fuente de Soda acondicionada por sus mesoneros y propietarios lusitanos Agustín y Víctor Pombo.
En la Tasca del Hotel Le Paris, donde se alojaba César Girón ya como empresario de la Monumental de Valencia, lo atendía Salomón el bueno. Pero muchas de sus citas de negocio las hacía en Las Acacias y en el Submarino, frente al Mayantingo, donde también compartía con amigos como Leopoldo Gilbert Olavarría, Carlos Viso Del Prete, Zadala Ramos o Cesar Dao Colina.
En la calle Carabobo, en La Españolista, propiedad del catalán Ángel Rodríguez Manau trabajaba un mesonero de nombre Silverio que acostumbraba aclarar, “…pero no Pérez, porque soy mejor que él”. A este Silverio se referían como el Monstruo de Güigüe.
En La Masía reinaba Daniel Peña, la bala, un mesonero formado en La Candelaria de Caracas, quien con lentitud serena y buen humor, le pedía a su compañero Serrano. un poco de más velocidad, Catire.
En La Cibeles destacó por su jovialidad Juan Rojas cocinero, jefe de barra y mesonero en urgencias. En el Bodegón de Sevilla se desempeñó, diestro en platos y copas, un mesonero muy entendido en la tauromaquia, Cristian Terant. Luis Calvo atendió en la Tasca Los Hierros en la Av. Branger de la Michelena.
Son muchas las anécdotas de estos mesoneros con informal y apasionada maestría en el arte de la torería. Es de novela la noche que Manuel Benítez fue a La Masía y Bruno Calderón lo invitó a que lo acompañara a servir unas cañas en la barra. El Cordobés acepta y le dice a Bruno “Por tu acento eres andaluz y de mi tierra”. Respuesta inmediata: Así es maestro, de allá mismo. Hombre venga un abraza de paisano, sirvió dos rondas y volvió a su mesa. En la despedida, Bruno lo acompaña hasta el carro y se produce este diálogo: “Gracias hombre. Feliz por haber conocido a un paisano tan lejos de mi tierra”. Y el andaluz de Boconó le contestó, en verdad, emocionado: “Felí e toy yo maestro y haga osté el favó de no olvidarnos”.
Esta propensión a la imitación estuvo muy extendida entre mesoneros de las peñas taurinas valencianas. Guillermo, el gitano de Dabajuro, describía lances con un mantel y un estoque improvisado. Un día llegó allí a almorzar el gran maestro Antoñete y su cuadrilla y Guillermo los atiende con esmero hasta la sobremesa, cuando no pudo contenerse y bajo un “Oigan ostedes zeñores” zanjó en una discusión para describir, a su entender, como debían ser unos movimientos de la Suerte Suprema. Antoñete sorprendido, lo toma de un brazo y con verbo seguro afirma “Usté es andaluz donde lo pongan” y Guillermo con naturalidad:“Ze a dao osté cuenta tarde, mataó!”.
Por Simón García
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