Opinión

La arquitectura: termómetro político

CAVERNAS, PIELES, Y CORTEZAS. Los rastros de las gentes que poblaron nuestro planeta hace millones de años, sus muy primitivas construcciones, pedazos de piedra, madera o pieles de animales fósiles, o lo que muestran sus intervenciones en cavernas, nos permiten saber cómo vivían. Todos en igualdad de condiciones, hasta que dominaron los más fuertes y diestros con sus rudimentarias armas.

Los más inteligentes empezaron a descubrir las propiedades que estupefacientes (así los llaman) volvían estúpidos a los otros; y estudiaron los movimientos de los cuerpos que parecían flotar en el infinito, y aprendieron a predecir fenómenos astronómicos, haciéndoles creer que eran capaces de manipular eclipses y pasos de cometas. Se inventaron títulos como “sacerdotes” o “chamanes”, y fueron creando un sistema social donde ungían a los más fuertes como reyes, faraones o emperadores, en alianza para dominar al resto, exigiéndole pagos (impuestos, los llamaron) para costearse lujos y comodidades. Sus tiendas de pieles eran más grandes, las piedras comenzaron a ser talladas por esclavizados miembros del conglomerado, dándoles uniformidad suficiente como para comenzar a erigir muros, los troncos de los árboles desbastados para empezar a ser techos de esas viviendas. Comenzaron a darse títulos y a esgrimir símbolos de poder. Nacieron los déspotas.

Por Peter Albers

PIEDRAS, MÁRMOLES, Y LADRILLOS. Las sociedades se fueron estructurando en formas cada vez más complejas y sofisticadas y, por sus magnitudes, comparadas unas con otras, y por la disposición en terrenos más o menos ventajosos desde el punto de vista climático o de seguridad y supervivencia, reflejaban cómo los seres humanos se dividían en estratos sociales. Yerbateros y guerreros continuaron aliados, para hacer creer a sus dominados que el poder del déspota provenía de un ser sobrenatural, que controlaba todo el universo, incluidos sus habitantes. Faraones, emperadores y reyes buscaron la eternidad haciéndose sepultar en descomunales pirámides de piedra o mausoleos de mármol. Antes de eso, se hicieron construir palacios y castillos, donde su vida transcurría entre intrigas políticas y banquetes.

CONCRETOS, METALES Y VIDRIOS. Con la modernidad, el poder fue pasando de manos reales a cajas fuertes llenas de riqueza material. Mercaderes y prestamistas, y artesanos convertidos en empresarios, asumieron el control del poder, llenando las ciudades de altos edificios y de enormes fábricas. Surgió una clase media trabajadora y se crearon áreas de vivienda para ella. Las ciudades se zonificaron, se crearon redes de transporte público.

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Pero también cambiaron las estructuras de poder. Las naciones optaron por democracias o dictaduras. Las naciones que optaron por lo primero disfrutaron de jefes de estado preocupados por sus mandantes: surgieron escuelas y liceos, instalaciones deportivas, hospitales y sanatorios, viviendas populares, como Isaías Medina y la “Ancha Base”.

En cambio, los dictadores se hicieron erigir obras monumentales, creando en el pueblo una falsa sensación de progreso y bienestar. Sus imágenes en sitios públicos recordaban a los oprimidos quién era el que mandaba, como Napoleón, Hitler, Stalin o Mussolini. O Gómez, a pesar de sus carreteras, o Pérez Jiménez, a pesar de sus autopistas y hoteles. Pero los hubo que, a su paso, sólo dejaron destrucción y miseria, además de destruir lo que encontraron: como quienes todos sabemos.

A lo largo de la historia, la arquitectura ha sido un buen termómetro para medir gobiernos.

Por Peter Albers

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