Opinión

Mal amigo

“Al tercer día en las montañas, Andrei perdió la esperanza. «No creo que podamos hacerlo», le dijo a su esposa cuando su celular tuvo recepción por un momento. Habían subestimado el clima de abril, en los Cárpatos había grados bajo cero de dos dígitos, la nieve tenía metros de altura, difícilmente manejable sin raquetas de nieve. Andrei y los otros hombres estaban con ropa de diario, ni siquiera con pantalones de esquí. Habían pasado las noches en huecos de nieve, la comida y el agua se habían agotado hacía mucho tiempo, habían perdido la orientación. La esposa de Andrei respondió: «¡No digas tonterías! Levántate y sigue caminando. ¡Te necesitamos!». Un hombre del grupo de Andrei ya había partido por su cuenta por la mañana. Lo buscaron, siguieron un rastro de sangre en la nieve, debió haber caído. Cuando lo encontraron, había muerto congelado”. (Revista GEO 06 2024).

Por Peter Albers

Ucrania, uno de los países que una vez formaron parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) hasta diciembre de 1991, fue siempre un gran productor de alimentos, gracias a sus fértiles suelos, ricos en materia orgánica. Llegó a ser considerado “el granero de Europa”, primer exportador mundial de aceite de girasol, y entre los diez mayores productores de cebada, maíz, papas y trigo del mundo. Su punto débil, como el de muchos otros países europeos, es la dependencia del petróleo ruso.

El 24 de febrero de 2022, Vladimir Putin y sus bien alimentados generales decidieron invadirla, con vagos pretextos, como la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la protección de la población ucraniana de ascendencia rusa (que quieren que Ucrania sea territorio ruso), y otros argumentos no muy bien sustentados.

Inmediatamente, el gobierno ucraniano impuso la ley marcial: los hombres aptos para el combate, entre 18 y 60 años, podrían, solamente en casos excepcionales, abandonar el país. La mayoría de los ucranianos se incorporaron al ejército, y muchos han muerto, víctimas de los impactos de bombas y misiles o de los cañones de los tanques rusos.

Pero los ucranianos de ascendencia rusa no están dispuestos a morir por un país que no consideran suyo, y buscan la manera de burlar la vigilancia fronteriza y traspasar las serpentinas de alambre con púas que bordea las fronteras del país invadido. Adicionalmente a este obstáculo, el río Theiss, de heladas aguas, sirve de disuasivo a quienes pretendan cruzarlo para huir del servicio militar, y una ramificación de los Montes Cárpatos se convierte en una barrera infranqueable para estos desertores.

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Los que logran superar los obstáculos y llegan a Rumania, al sur, o a uno de los países al occidente, hambrientos y con síntomas de hipotermia, son atendidos por patrulleros tripulando pick-ups todoterreno cargadas de alimentos y bebidas calientes, frazadas y equipos de primeros auxilios. Pasando por alto que son unos desertores y, por tanto, delincuentes en su país, y quienes se muestran reacios a ser reseñados, cosa de la cual, por supuesto, no tienen escape, se les atiende, alimenta e hidrata, se les curan las heridas y laceraciones producidas por el caminar sobre nieve sin calzado apropiado. Se les da un trato digno.

Toda esta tragedia la ha desencadenado un hombre: Vladimir Putin, dotado de un gran poder político, apoyado por un generalato cómplice, acostumbrado a la crueldad, la tortura y el asesinato. Por algo, sirvió como funcionario de la policía política del régimen comunista de Alemania del Este.
Mal amigo.

Por Peter Albers

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