Rumania es un país al sureste de Europa, más o menos con un tercio de la extensión de Venezuela, con unos 250 kilómetros de costa en el Mar Negro. Sus ingresos se basan en el turismo, la industria pesada y la agricultura. A pesar de no haber sido Rumania miembro de la Unión Soviética, fue parte del bloque miembro del Pacto de Varsovia, una alianza militar liderada por la URSS.
Nicolae Ceaușescu (se pronuncia más o menos como Chauchescu) fue un político comunista rumano, secretario general del Partido Comunista Rumano en el periodo 1965-1989, y como tal, presidente del Consejo de Estado de Rumanía.
Por Peter Albers
Una posterior reforma de la Constitución en 1974 le permitió hacerse nombrar presidente de la República, que continuaba llamándose socialista; pero el cambio de nombre del cargo de máxima autoridad de su país pareció influir negativamente en su mentalidad, y se volvió un dictador brutal y represivo, instaurando un grotesco y abusivo culto a su personalidad, un nacionalismo extremo y fanatizado, causando su dictatorial proceder un total deterioro de las relaciones internacionales con el bloque constituido por las naciones de Europa occidental, con China y con Israel, siguiendo pautas marcadas por Rusia, nación que dominaba, entre otros 14 países, a Ucrania, Bielorrusia, Lituania, Letonia, y Estonia.
Esta política autoritaria y represiva, fue causando un grave deterioro en la composición social del país, generándose enemistades y odios entre simpatizantes del régimen y sus opositores, éstos cada día más numerosos, a costa del número de adeptos, que mermaba a diario, en vista del deterioro económico y social de Rumania en esa década, debido a las erradas políticas de Ceaușescu, ya mencionadas. En el resto de Europa Oriental se llevaban a cabo reformas liberalizadoras, auspiciadas por el llamado “Glasnost”, una política de apertura y transparencia implementada por Mijaíl Gorbachov, el último líder de la Unión Soviética, a mediados de la década de 1980. Buscaba aumentar la transparencia en las instituciones gubernamentales, y reducir la censura en los medios de comunicación. Junto con una política de restructuración económica que abandonaba el comunismo, fue fundamental en el proceso de reformas que eventualmente condujeron al colapso de la URSS en 1991.
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Los Ceaușescu se rodearon de lujos y, como dentro de una campana de cristal que les aislaba del resto del mundo, desdeñaron por completo la realidad del país que dominaban, dando claras muestras de no importarles en absoluto la miseria y el hambre que agobiaban al pueblo. Como María Antonieta en la Versalles dos siglos atrás, su esposa Elena se burlaba de quienes se quejaban por falta de pan.
Ceaușescu fue derrocado, tras una sublevación popular en diciembre de 1989. Fue capturado cuando intentaba huir del país junto con Elena, quien todavía preguntaba la causa de la rebelión. Fueron juzgados por un tribunal militar por genocidio, agresión contra el pueblo, destrucción de la economía y robo del patrimonio nacional, y condenados a muerte. Como la pareja real francesa, los Ceaucescu fueron ejecutados. Aquellos en la guillotina, estos ante el paredón.
Una vez propuse en esta columna la creación del “Ceaucescu de Oro”, un premio para el dictador más destacado de cada año. Creo que en nuestra América hay unos cuantos candidatos con buenas opciones de ganárselo.
Y se preguntará el lector a qué viene todo esto sobre un país tan remoto. Es que, en ciertas circunstancias, hay que escribir para que se lea entre líneas…
Por Peter Albers
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