Opinión

Desarraigos

El 20 de junio de 2005 falleció en Francia el escritor y periodista estadounidense Larry Collins, y el 2 de diciembre lo siguió Dominique Lapierre, escritor francés. Juntos habían colaborado en la creación de varias novelas históricas, entre ellas “O llevarás luto por mí”, basada en la vertiginosa carrera, hasta ser el número uno de la torería, de Manuel Benítez “El Cordobés”. “Esta Noche, la Libertad”, con el protagonismo de Mahatma Gandhi en la lucha por la independencia de India y el fin del colonialismo británico en ese país, basada en su investigación periodística, que incluyó una entrevista con Lord Mountbatten, Virrey de La India; y también “Oh, Jerusalem”, que tiene como personaje principal a David Ben Gurion, en aquel entonces presidente de la Agencia Judía para Israel y del Ejecutivo Sionista, y encabezó el liderazgo de la comunidad judía de Israel durante el Mandato Británico, y desempeñó un papel central en la redacción de la Declaración de Independencia de Israel, proclamando el establecimiento del Estado Judío el 14 de mayo de 1948, junto a la expulsión y desplazamiento de la mayoría de la población palestina.

Por Peter Albers

En su obra, Lapierre y Collins narran la lucha y angustias de Ben Gurion, sus viajes por el mundo en busca de apoyo para la creación del Estado de Israel, que culminó con el plan, diseñado por la ONU, para despojar a los palestinos de la mitad del territorio que ocupaban en la Palestina de entonces y las luchas entre israelitas y palestinos, quienes, por supuesto se opusieron al despojo, llegando el asunto a una guerra civil y acciones hostiles de parte y parte, que aún continúan.

Uno de los hechos más notables, posteriores a los narrados en “Oh, Jerusalem”, fue el secuestro y posterior asesinato, por comandos palestinos, de 11 atletas israelitas que concurrían a las Olimpiadas de 1972 en Munich. Al sangriento hecho respondieron los israelitas, que fueron a su vez quitando la vida de sus causantes, en una muy cuestionada operación de venganza.

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La paz entre Israel y Palestina parece estar muy lejos: las pasiones y fanatismos religiosos no ayudan, ni tampoco el resentimiento de quienes fueron erradicados o condenados a ser ciudadanos de tercera clase en su propio terruño; un resentimiento que perdura hasta sus descendientes. Para dar una idea de la magnitud del agravio, imaginemos que a Venezuela la despojaran de la mitad de su territorio; por ejemplo, Zulia y los estados andinos, y que sus habitantes pasaran a ser ciudadanos extranjeros, y además despreciados, en una nueva nación creada para darle una patria a un pueblo nómada que, a su vez, fue un día impelido a vivir errante durante siglos.

Y quienes nos hemos visto, por cualquiera circunstancia, obligados a vivir en tierras extrañas, no dejamos de sentir la misma sensación de desarraigo, observando cómo nuestros hijos y nietos se van adaptando a su nueva patria, cada uno formándose y convirtiéndose en un ser útil para esa nación adoptiva, aportando sus conocimientos y habilidades en beneficio de esa sociedad que lo acogió, cuando esos conocimientos y habilidades bien hubieran podido servir a la patria que los vio nacer, o de las cuales una vez sus padres o abuelos un día se vieron obligados a emigrar.

Lapierre y Collins ya no están para escribir un “best-seller” sobre la diáspora venezolana, pero ya algunos escritores y guionistas venezolanos han comenzado a reflejar esa tragedia, como testimonio del daño que, durante un cuarto de siglo, el chavismo le ha hecho al país.

Por Peter Albers

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