En días pasados, cuando ocurrió la tragedia en la Valencia España, sin duda a todos nos conmovieron las dantescas escenas. Carros apiñados unos sobre otros, el agua corriendo por las calles con la potencia de un río caudaloso, mientras el barro hacía estragos en las casas, recordándonos lo vivido en Vargas a finales de los noventa.
Amo España con todo mi corazón desde que, con mis padres, viví en Madrid, allá por los años setenta. Primero gracias al año sabático de mi papá y luego al sistema “rotación” que ambos tomaron. Fueron tres años vividos intensamente. Estudié en el Colegio “Santa Illa”, quinto de bachillerato, que equivalía al cuarto año nuestro, porque los españoles, en aquella época, tenían cuatro grados de primaria y seis años de bachillerato y, si a mí me faltaba un año para graduarme de bachiller, lo lógico era que estudiara el penúltimo. Esto hizo, curiosamente, que yo jamás dijera que estudiaba “cuarto año”. Y como el año culminó en julio, mis papás me convencieron para que hiciera un curso de Grafología en el Instituto EOS que dictaría el maestro Mauricio Xandró, ahí me enamoré de esta maravillosa técnica de carácter científico que siempre me ha acompañado.
Por Anamaría Correa
Cuando regresamos a Madrid, cuatro años más tarde, me matriculé en “Grafopsicología” en la Universidad Complutense. Era un diplomado en el que solo admitían educadores, psicólogos, abogados, médicos y grafólogos. Creí que no me aceptarían porque todavía no era profesional, había dejado la carrera de ingeniería eléctrica a medio hacer en Venezuela. Pero me equivoqué, el maestro Xandró, al reconocerme, me matriculó, porque yo era grafóloga, él lo certificaba.
Mis amigos, Cristina Santa, José Luis Morera y Luis Nieto, me recibieron con los brazos abiertos y fueron años maravillosos los que viví en esta segunda etapa. Políticamente para nosotros, especialmente para los jóvenes de la casa, acostumbrados a la democracia venezolana, vivir bajo la dictadura franquista, era extraño, pero agradable, especialmente por la absoluta seguridad.
Estábamos allá cuando anunciaron la muerte del generalísimo Francisco Franco, vivimos la transición de la dictadura a la monarquía y fuimos a todos los desfiles que pudimos. Recuerdo que, para la coronación del Rey Juan Carlos, asistió la monarquía europea en pleno y, mientras muchos morían por ver al príncipe Carlos de Inglaterra, yo lo hacía por Grace Kelly, princesa de Mónaco y para mí, eterna actriz de cine. Pero el que más impresión me dio fue el hijo del rey, el príncipe Felipe. Tenía un año más que mi hermanito Juan Pablo, es decir, solo siete años y resistía todos esos actos con una entereza asombrosa, actos que para un niñito, tenían que ser muy fastidiosos.
En esta segunda oportunidad, se vinieron con nosotras dos amigas, Hilda Fe Medina y Sol Ledo. Sol se regresó a los seis meses, pero Hilda Fe sí se quedó con nosotros. Ella se inscribió en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, creada en 1752 y, ahí habían estudiado Pablo Picasso y Salvador Dalí, además de los latinoamericanos Óscar de la Renta y Fernando Botero. Otro famoso relacionado con la Real Academia de San Fernando es Francisco de Goya, pero no como estudiante, sino como profesor.
En aquella época con mi carrito “Guille”, un Dyane 6 de la Citröen, recorrí España con mi hermano Miguel Ángel, mi prima María Carolina Martínez y mi mejor amiga, Cristina Santa, canaria de padres madrileños. Uno de los lugares visitados que más me gustó fue Peñíscola, un municipio de la Comunidad Valenciana, situado en la costa norte de la provincia de Castellón. Es una península rocosa y amurallada donde no permitían carros, al menos sólo subían los necesarios, tan hermosa, aun ahora, que ahí se grabaron varios capítulos de la serie “Games of Thrones”.
El embajador venezolano de aquellos años era el Mayor Santiago Ochoa Briceño, quien se hizo muy amigo de mis padres. Gracias a sus invitaciones, compartí con muchísimas personalidades como su vecino el Marqués de Villaverde, el escritor Alberto Vásquez Figueroa, el poeta Manuel Rodríguez Cárdenas, su esposa Yolanda Moreno y el artista plástico Jesús Soto, con quien estuve cantando y tocando guitarra una buena parte de una maravillosa noche.
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Mis amigos españoles todavía están en contacto conmigo. De hecho, cuando me fui de gira artística con mi grupo “Las Brujas y Zuzón de la Universidad de Carabobo” por Europa, en Madrid, nos hospedaron los Casales Santa en su casa, al grupo entero, a Juan Pablo, mi hermano, que nos acompañó como agente cultural y a Paola Montanari (o Lucía “la de Marinero”), que nos fue a visitar desde Génova. Es más, Juan Pablo vivió con ellos un año en Madrid, cuando se fue a estudiar un postgrado en música. Hace cinco años, uno de mis hijos decidió irse a vivir a Madrid y también vivió en casa de los Casales Santa, específicamente con Juan Manuel, el viudo de mi querida amiga Cristina y sus hijas, durante una temporada. Definitivamente, somos familia.
Y vuelve a mí la escena de la DANA sobre la Valencia española, donde viven amigos muy queridos, especialmente venezolanos que, forman parte de esa obligada emigración venezolana que tenemos hoy. Y entonces vi un Rey lleno de barro, visitando con su reina a los damnificados. Y me enteré de que una de las poblaciones lastimadas fue Peñíscola, a pesar de lo alto que está ubicada. Recordemos que fueron 75 comunidades valencianas que sufrieron esta tragedia.
Y me acordé de una anécdota que me contó mi amiga Cristina Santa en aquella época, que le había ocurrido a Alberto, uno de sus primitos. Alberto estudiaba con el príncipe Felipe en el colegio “Santa María de los Rosales” en Madrid y un compañero de ambos cumplía años. Cuando la tía de Cristina fue con su hijo a la fiesta, ve que había muchos niños, pero el príncipe no estaba. Suena el teléfono y al atender, la señora comienza a tratar de “su majestad” a la interlocutora. Era la reina Sofía que preguntaba por qué no había sido invitado su hijo Felipe a la celebración. La mamá del cumpleañero le contestó que, en verdad, no sabía cómo era el protocolo para esos casos. Y la reina le respondió: “los niños no saben de protocolo, aquí está mi hijo llorando porque sabe que es el único niño que no ha sido invitado, ¿puedo llevarlo a la fiesta?”. Ante la lógica respuesta, al poco rato, llegaron Felipe y su mamá (no el Príncipe de Asturias y la Reina Sofía), con un gran regalo para el cumpleañero. Eso demuestra que la sencillez del Rey Felipe VI sigue intacta. Dios bendiga su tierra y la nuestra.
Por Anamaría Correa
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