La música siempre ha sido mi más fiel compañera. Y es que ha estado a mi lado desde pequeñita. Mis padres siempre trataron de que la música no faltara en mi casa. Pero de mi familia, al que más recuerdo tarareando canciones infantiles era a mi abuelo materno, Héctor Calixto Feo. Todavía guardo en mi memoria: “La pájara pinta”, “Doña Ana”, “Arroz con leche” y escenas de él tocando bandolín o recitando versos cómicos. Y entonces llegó “Cricri, el grillito cantor”, personaje creado por el mejicano Francisco Gabilondo Soler con “La marcha de las letras”, “Caminito de la escuela”, “La muñeca fea”, “El ratón vaquero” y tantas otras que me aprendí de memoria, como todos los niños de mi edad.
Cuando nos mudamos a Valencia, mi hermanito Miguel Ángel tenía un año y yo era ya una niña grande de siete. Cricri no había dejado de sonar, de hecho, en mi colegio, el “Santa María”, montaron, como acto de fin de curso, “La marcha de las letras”, además de otras piezas, pero esa es la que más recuerdo.
Por Anamaría Correa
Fue en 1965 cuando Gaby, Fofó y Miliki llegaron a Venezuela. Se presentaban en el programa “El Show de las cinco” de Cadena Venezolana de Televisión, CVTV, canal 8, y no nos lo perdíamos nunca. Mi hermanito, de solo cuatro años, se enamoró de sus canciones. Todas eran nuevas, excepto “La muñeca fea” de Gabilondo Soler, pero esta versión me gustaba más porque comprendía todas las palabras. Su saludo al comenzar era un simple “¿Cómo están ustedes?” que encantaba a todos. Sin embargo, la gloria no duró mucho; en 1967 los payasos se fueron a otro país sudamericano, Argentina, dejándonos un LP (long play o disco de larga duración). Volvimos a saber de ellos en 1973, cuando llegó a Venezuela una película de Gaby, Fofó y Miliki con una nueva estrella argentina, la pequeña Andrea del Boca. La película, titulada como una de sus canciones “Había una vez un circo”, fue todo un éxito, y gracias a ella, toda Latinoamérica quedó enamorada tanto de la pequeña Andrea como de los payasos Gaby, Fofó y Miliki.
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En 1975, mis hermanitos menores tenían seis y tres años y en Madrid nos llevamos la sorpresa de que Gaby, Fofó y Miliki eran “Los payasos de la tele”, del programa “El Gran Circo de TVE”, el tema era “Había una vez un circo” y el saludo, el mismo de siempre “¿Cómo están ustedes?”, sin importar que eran españoles, que estaban en España y que allá el saludo debía ser “¿Cómo estáis?”, pero eso los hacía más característicos.
Allá me enteré de que eran hijos del payaso Emig, quien con sus hermanos, Pompoff y Thedy, tenían un trío de payasos, hijos a su vez del mejor payaso del mundo, “El Gran Pepino”, dueño de una historia bellísima. Resulta que Gabriel Aragón Gómez era un seminarista granadino que asistió a una función que dio el «Grand Cirque Foureaux», un circo de Suecia que visitó España a mediados del siglo XIX. Gabriel vio ahí a Virginia Foureaux, hija del dueño, con su función de acrobacias ecuestres y quedó prendado. Además de asistir a todas las funciones restantes, dejó el seminario y se ofreció como empleado del circo, cuidando y alimentando caballos. En poco tiempo, le declaró su amor a Virginia, pero esta le contestó que no, porque soñaba con casarse con “el mejor payaso del mundo”. Gabriel comenzó a hacer de payaso, aprendió varios idiomas y sus actos como “El Gran Pepino”, lo catapultaron como “el mejor payaso del mundo”, y fue amado por los niños en todos los países que visitaban. Así logró el amor de Virginia, se casaron y tuvieron quince hijos.
A Gaby, Fofó y Miliki los vimos varias veces. Un día tuvieron una presentación en un circo magnífico que se estrenaba en Madrid. El hijo mayor de Fofó, Fofito, era parte del show desde hacía varios años y, ahora, se había agregado Milikito, el hijo de Miliki, que hacía papel de mudo y tocaba una campana para hacerse entender. Así que, con unos amigos venezolanos, Elvira Pinto de Rodríguez y sus hijos Joel y Joselvy, Miguel Ángel y yo llevamos a mis hermanitos y a nuestro vecinito de dos años, Boris D’Acunha, al circo. Nos atrevimos a llevarlo porque era amante de los payasos de la tele. Me encantaba escucharlo cantando: “Había aa vé… un quico ave ava ava ava ooooo”, mientras daba palmaditas. Después de pelear con Juan Pablo y Toby porque querían todo lo que ofrecían los vendedores, calmar a Joel, el gordito de la partida, porque siempre tenía hambre, y consolar a Joselvi porque su hermano la fastidiaba, no hallábamos qué hacer con Boris que gritaba y gritaba la misma frase, “Había aa vé… un quico ave ava ava ava ooooo”. El hecho es que Gaby, Fofó y Miliki fueron los últimos de la noche y Boris no los vio porque se quedó dormido, cuando ya nos habíamos ganado la enemistad de la audiencia por los previos gritos emocionados de Boris, “Había aa vé… un quico ave ava ava ava ooooo».
En Sevilla, mis padres llevaron a mis hermanitos a una función del circo de Rita Irasema, una de las hijas de Miliki, que presentaría a Gaby, Fofó y Miliki. Al final de la función, después de disfrutar de los “payasos de la tele”, Juan Pablo se les perdió a mis padres. Había ido a saludar a sus payasos amados y Miliki le estampó un “besazo” en la frente que Juan Pablo no olvidó y evitó la furia de mis padres, quienes terminaron lamentando no haber podido tomarles una foto.
A comienzos de 1976 Fofó fue hospitalizado. Lo operaron de un tumor cerebral benigno. A tres meses de la operación, José María Íñigo lo entrevistó en su programa “Directísimo” y toda España se alegró de verlo tan bien. Mis padres tuvieron que viajar a Venezuela por razones electorales universitarias y nos quedamos en Madrid Miguel Ángel y yo con nuestra hermana de la vida, Hilda Fe Medina, que vivía con nosotros. No hay que aclarar que, en esa época no había celulares y las llamadas telefónicas al extranjero, no se hacían con frecuencia. Aparte de la llamada para avisar que habían llegado bien a Venezuela, nos advirtieron que sólo nos llamaríamos en caso de emergencia. El 22 de junio, anuncian que Fofó murió a causa de una Hepatitis B, contraída por una transfusión sanguínea contaminada. Mi hermano, de inmediato, llamó a mis padres, que se hospedaban en casa de mis tíos los Martínez Correa. “¡Mamá, se murió Fofó!”. A lo mejor transcurrieron segundos en las palabras de mi hermano, pero mi madre sintió que le habló en cámara lenta y se le fue el mundo. ¿Quién había muerto?, ¿Anamaría?, ¿Hilda Fe? Lo que para mis hermanos y para todos los niños y adultos que lo amábamos era una tragedia, para mi madre fue un alivio, dentro de la tristeza que le causó. Miguel Ángel no se salvó del regaño y siempre recordamos la anécdota entre risas.
En 2000, Juan Pablo vivía en Madrid y compró un disco de Miliki que sacó en 1999 llamado “A mis niños de 30 años”, entre los que él se encontraba. Nos lo trajo de regalo al resto de los hermanos y quiero compartir con ustedes, como suele hacer Juan Pablo en su columna MUSICUS, el link deseando que este recuerdo siga manteniendo la esperanza de que siempre habrá un futuro mejor.
Por Anamaría Correa
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