Nadie duda que Nicolás Maduro perdió las elecciones presidenciales del 28 de julio del año pasado. Y nadie duda que Edmundo González ganó por paliza esas elecciones. Y ese nadie es nadie, porque ni el chavista más emponzoñado y radical –siempre dentro del terreno de la normalidad cognitiva, por supuesto- se puede creer el cuento que montó el CNE y su presidente, con los números de servilleta que no cuadran por ningún lado con la realidad y con las pruebas que se recolectaron. Dentro y fuera de Venezuela, el que argumente que las elecciones fueron limpias y que el resultado oficial es el correcto no tiene idea de lo que habla o está metido en la trampa como parte interesada. Sin embargo, el pasado 10 de enero el Sr. Maduro se juramentó como presidente constitucional de Venezuela para los 6 años que van de 2025 a 2031, y no pasó nada. El 9 de enero hubo protestas en algunas ciudades de Venezuela, la diáspora se reunió alrededor del mundo a mostrar su disgusto y a cantar el himno pero hasta ahí. Hoy, el chavismo controla el territorio, las instituciones, las fuerzas armadas, los cuerpos de seguridad y el dinero que entra y sale del tesoro nacional.
Por Alberto Rial
Después de una estrategia que pasó de organizar y ejecutar unas elecciones primarias impecables a asegurar la participación de la Plataforma Democrática en las elecciones de julio, a ganar las elecciones contra el ventajismo oficial y los abusos del régimen y a demostrar la victoria con pruebas irrefutables llegamos a este sitio plomizo y neblinoso donde nos encontramos hoy, en el que uno no sabe si se avanzó o se llegó de nuevo al punto de partida. Por un lado andan los que esperaban impacientes el 20 de enero, con la idea de que Donald Trump se iba a encargar de recuperar la República con sus órdenes ejecutivas y sus disparos desde la cintura, y por el otro extremo está la gente que comenzó a hacer maletas para irse a donde sea porque no se calan un año más de miseria y dictadura, ni creen que haya una salida en el corto o el mediano plazo: esa gente que quiere llevar una vida normal y comer completo, así sea como inmigrantes subterráneos, sin tener que pagarle a un policía para que los suelte y no se los lleve al Helicoide.
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y confían –o ruegan- en una estrategia oculta que se desarrollará en algún momento y terminará con las penurias y las trampas. La gente que asumió –con su dosis de lógica y sentido común- que el régimen se iba si perdía el conteo de votos de la manera abrumadora como lo perdió. Y si no se iba hoy se iría mañana, porque desde las primarias todas las peleas se habían ganado y no había razón para que el round final, el de la verdad, se quedara en el aire.
Pero el régimen no se ha ido y no muestra intenciones de moverse ni un paso hacia la salida. El chavismo una vez más desafía el sentido común y se planta en sus talones, con el respaldo de unos cañones que no responden al rechazo masivo del pueblo. La dictadura demuestra una vez más lo que es y pone en duda aquel supuesto de que con suficiente gente en la calle –o con suficientes votos en contra- las dictaduras se van; y el supuesto no se cumple, para empezar, porque el régimen no deja que la gente en la calle llegue a ser masa crítica y porque en Venezuela los votos no sirven cuando los cuentan los que mandan. Y para respaldar esa postura está la fuerza; así de simple. Al final, cualquier estrategia para cobrar el 28J tiene que caracterizar al rival, sus intenciones y sus respaldos.
Ahora el chavismo convoca a unas elecciones de gobernadores para el próximo mes de abril, y ya algunos opositores de teflón se anotaron para la rifa. Tanto María Corina Machado como Edmundo González y los dirigentes más serios de la Unidad Democrática expresaron su opinión de no participar en elecciones hasta que el triunfo del 2024 sea reconocido, y ahí debe fijarse la posición. Si lo que se pretende es continuar el proceso que comenzó en octubre de 2023, para mantener un enfrentamiento serio con el régimen y no un complaciente guabineo de “hoy no pero mañana sí”, cualquier juego en el terreno y con las reglas de los que –por ahora- mandan debe estar descartado.
Por Alberto Rial
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