La tensión migratoria que se vive en Estados Unidos ha revivido entre la población latinoamericana, pero en especial la mexicana, un debate que tiene casi dos siglos: los verdaderos dueños del territorio que hoy día conforma gran parte del suroeste, anexionado a Estados Unidos tras la guerra de intervención expansionista que enfrentó a ambos países entre 1846 y 1848, episodio considerado como una de las bofetadas más grandes a la soberanía de los pueblos del continente americano.
Por Luis Alonso Hernández
Recordemos que con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo, en febrero de1848, México cedió el 55% de su territorio, incluyendo los actuales estados de California, Utah, Nevada, parte de Colorado, Nuevo México, Arizona, Wyoming, Oklahoma y Kansas. Previamente, en 1845, el afán imperialista se había adjudicado Texas, originando un baño de sangre en una república que aún no se recuperaba de las guerras para independizarse de España.
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El amargo relato fue hace muchísimo tiempo, pero se mantiene vivo en el recuerdo y con razón en estos tiempos, cuando miles de mexicanos son deportados por venir a trabajar en los campos que otrora fueron suyos. Así lo comparte Lupita, una migrante que entró al país por el rio Bravo hace más de 25 años y por su condición irregular no ha podido legalizar su estatus. Lupita parió en Estados Unidos, acá también ha visto nacer a sus nietos, paga impuestos, pero el manto de la ilegalidad la persigue desde que se acentuaron las redadas. Llora, no duerme, teme ir al supermercado y sufre de ansiedad. Vive en carne propia la estigmatización impulsada por funcionarios de gobierno, pero ella, a pesar del oscuro panorama se arriesga, trabaja y recuerda que acá pertenece y desde su lógica, está en lo cierto.
“Estas tierras son nuestras. Todo esto nos lo arrebataron esos hijos de la chingada. Entonces que nos dejen vivir en paz. Ya bastante nos robaron”. Esta es la verdad de Lupita. En su imaginario, está en un México ocupado, invadido, colonizado, pero siempre mexicano. Como ella, los millones de sus compatriotas indocumentados que se aventuraron a buscar una mejor forma de vida en un territorio que reconoce es más seguro y próspero por la forma en cómo se administra, sienten el derecho de disfrutar de las prebendas que les ofrece el sistema gringo.
En el México de más abajo, el latinoamericano, aunque diverso y hermoso, se camina de acuerdo con la ley del narcotráfico, el desempleo es galopante, asesinan mujeres y la sensación de seguridad es casi nula. En cambio, en el México del norte, el despojado, el que se perdió en una guerra entre David y Goliat, el mismo sistema se las ingenia y los contrata laboralmente hablando. En este México que aparece en los mapas con otros nombres, son ellos los que sacan adelante la agricultura y la ganadería, son los que impulsan el sistema hotelero, son los que se las sudan en las fábricas, crían niños, los llevan a las escuelas y les dan de comer. Son ellos, en su mayoría, la fuerza motora del país y lo saben. Por esa misma razón, enfrentan las políticas migratorias y siguen soñando con paz, reconocimiento y una libertad que, aunque limitada ante la ausencia de documentos, les permita vivir dignamente.
Por Luis Alonso Hernández
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