Nacional

UCV celebra la santidad de José Gregorio Hernández +vídeo

En medio de una profunda y extendida celebración por la canonización de San José Gregorio Hernández, la figura del insigne «Médico de los pobres» fue conmemorada con un fervor especial por la academia venezolana. La Coordinadora de la Cátedra Libre Dr. José Gregorio Hernández de la UCV (Universidad Central de Venezuela), María Isabel Giacopini de Zambrano, ofreció un emotivo mensaje, describiendo la ocasión no como un luto o lamento, sino como una verdadera «apoteosis de amor» desbordante.

Leer más El Papa León XIV canonizó a los beatos venezolanos Carmen Rendiles y al Dr. José Gregorio Hernández +vídeo

Giacopini de Zambrano contrastó la manifestación actual con los sentimientos que rodearon la muerte del doctor en 1919. Mientras que en aquella época la capital, Caracas, era más pequeña y el dolor era la emoción predominante, la jornada actual se caracteriza por una marea de alegría y gratitud.

Esta celebración se ha extendido mucho más allá de la capital, alcanzando pueblos y ciudades a lo largo y ancho del país, demostrando el arraigo y la devoción popular que trasciende el tiempo.

Un anhelo convertido en santidad

La vocera de la UCV enfatizó que el sentimiento de júbilo colectivo es la materialización del «más gran anhelo» del pueblo venezolano: la proclamación oficial de José Gregorio Hernández como santo. Si bien reconoció que para los venezolanos, la figura del doctor «siempre desde su muerte lo empezaron a considerar que era un hombre santo», el decreto formal del Vaticano valida una devoción de más de un siglo.

Este reconocimiento subraya el impacto perenne de José Gregorio Hernández en la cultura y la fe del país, donde su legado de servicio, humildad y ciencia sentó las bases de la medicina social.

Finalmente, Giacopini de Zambrano concluyó su discurso con la firme certeza de que el amor sembrado por el doctor trujillano se ha transmitido por generaciones.

Con su elevación a los altares, ahora como San José Gregorio Hernández, esta manifestación de afecto popular está destinada a crecer aún más. «Nunca murió», afirmó la coordinadora con convicción, asegurando que el doctor «siempre ha estado vivo» junto a su pueblo, cuyo amor y fe lo han hecho eterno.

Sus estudios

De la unión de Benigno Hernández y Manzaneda de una parte, y Josefa Antonia Cisneros y Monsilla de la otra, romántica unión de unos refugiados en el pueblito de Isnotú del Estado Trujillo, nace un hermoso niño a quien se dio el nombre de José Gregorio. Bautizado en Escuque por el padre Victoriano Briceño, fueron sus padrinos don Tomás Lobo y doña Perpetua Henríquez. Fue confirmado en 1867 por el señor arzobispo Juan Hilario Boset y apadrinado por el presbítero Francisco de Paula Moreno en el pueblo de Betijoque, cuya representación habría de llevar más tarde al Congreso de Municipalidades reunido en Caracas, en 1911. Aunque venido al mundo en humildes condiciones era de prosapia ilustre, de alcurnia y abolengo proveniente de linajudos solares cantábricos, una de cuyas ramas vino a Venezuela en el segundo tercio del siglo XVIII y echó raíces en la ciudad de Boconó (3-5).

Baja de la montaña a los catorce años y viene a Caracas a comenzar sus estudios en el Colegio Villegas graduándose de Bachiller en Filosofía en 1884. Relata el Doctor Villegas, fiel amigo de entonces y de siempre, que Hernández poseía un carácter taciturno y callado, serio y reflexivo, poco jugaba con sus compañeros y en los recreos prefería estudiar música y leer. Leía a Plutarco, Kempis y «La vida de los santos». Su primera vocación fue estudiar derecho pero su padre lo hace desistir y se decide por medicina; una vez decidido enrumba su mente por los caminos de la biología y no hay quien lo detenga, estudia con voracidad, como impulsado por una fuerza interior, llegó a poseer una cultura enciclopédica, era erudito y sabio, sometido a una recia disciplina; hablaba inglés, alemán, francés, italiano, portugués, dominaba el latín, era músico, filósofo y poseía profundos conocimientos de teología. Su formación científica fue sólida, labrada desde los primeros años de estudios médicos por maestros de gran talla, entre los que se contaban Adolfo Ernst y Adolfo Frydensberg.

Se doctoró en Medicina en la Universidad Central de Venezuela el 29 de junio de 1888; en esos días en presencia del Rector, como era costumbre sacó dos temas o ponencias que luego debía de desarrollar ante un jurado examinador, estos fueron 1º) La doctrina de Laennec, que asienta la unidad del tubérculo, frente a la escuela de Virchow, que sostiene la dualidad; y 2º) La fiebre tifoidea típica de presentarse en Caracas, es solo excepcionalmente. Curiosamente estas estaban relacionadas con enfermedades bacterianas, campo en el cual se verá centrada su profesión médica ulteriormente, ya que es considerado el fundador de la bacteriología en Venezuela.

Al graduarse se va a su tierra natal y allí recibe el llamado de uno de sus profesores, Calixto Gonzáles, quien mucho lo distinguía y apreciaba, para que regrese de inmediato a Caracas, pues lo había recomendado al gobierno para una beca de estudios en Europa. El presidente Rojas Paúl, por falta de médicos especialmente dedicados a la experimentación en 1889, decreta que, por cuenta del gobierno, se nombre al joven médico venezolano, de buena conducta y reconocidas aptitudes, para que se traslade a Francia, a estudiar teoría y práctica en las especialidades de microscopia, histología normal y patológica, bacteriología y fisiología experimental, con la asignación de seiscientos bolívares mensuales. Trabajó en los laboratorios de Charles Richet, (Premio Nobel 1913), fisiología experimental en la Escuela de Medicina de París que había sido colaborador de Etienne Jules Marey y a la vez discípulo del sabio Claude Bernard máximo exponente de la medicina experimental en Francia; con Mathias Duval histología y embriología y con el eminente Isidor Strauss que había sido discípulo de Emile Roux y Charles Chamberland quienes lo fueron a la vez de Louis Pasteur, bacteriología (4,5).

Terminados sus estudios en esa ciudad, solicita permiso y se traslada a Berlín a estudiar histología y anatomía patológica y seguir un nuevo curso de bacteriología. En París compró un laboratorio de fisiología por instrucciones del gobierno. Terminada con brillo y éxito su misión en Europa, regresa a la patria en 1891, y el gobierno de turno bajo el mando de Raimundo Andueza Palacios tomando en cuenta la adquisición del laboratorio por Hernández, decreta la creación de los estudios de histología, fisiología experimental y bacteriología, a cargo del mismo catedrático quien fungirá como director; simultáneamente es nombrado catedrático de las asignaturas y en noviembre en presencia del ciudadano rector Doctor Elías Rodríguez, toma posesión del cargo y presta el juramento de ley. Pocas personas para esa fecha podrían haber alcanzado tal grado de disposición para emprender esa amplia tarea científica. La cátedra de bacteriología fue la primera que se fundó en América.

Su obra cumbre en el terreno de la ciencia, aquella que lo coloca en el solio de los grandes maestros de la medicina nacional, fue su obra docente, la de maestro insigne que supo ser inspiración y símbolo para legiones de discípulos que enaltecieron su memoria llevando sabiduría, decoro y honestidad a todos los rincones de Venezuela. Es entonces, cuando comienza la enorme y fecunda labor del Dr. Hernández. Sus actividades son desde entonces múltiples, como variadas sus actuaciones. Supo ser a la vez, sin dejar de ser él mismo, científico connotado, profesor erudito, médico eminente y sapientísimo, investigador infatigable, filósofo profundo, artista de refinada sensibilidad, ciudadano intachable y sobre todo, hombre, de envidiables cualidades y excelsas virtudes. «Era un sabio casi niño» según Rísquez.

Seguir leyendo


Visítanos en Twitter e Instagram

Comentarios