Opinión

Los duelos de teclas y genio

Hoy sería impensable que dos pianistas se midieran frente a frente como si estuvieran en un ring, pero en la Europa del siglo XIX esto no solo ocurría, sino que era todo un espectáculo. Los duelos musicales eran encuentros sociales organizados en salones aristocráticos donde dos virtuosos del piano competían para demostrar quién era más brillante, ingenioso y carismático.

El público decidía al ganador con aplausos y comentarios. El prestigio estaba en juego: un triunfo en estas veladas podía significar nuevos contratos, la atención de mecenas poderosos y, sobre todo, la fama que corría de boca en boca.

Por Juan Pablo Correa Feo

Uno de los primeros episodios célebres ocurrió en 1781, cuando el emperador José II de Austria organizó un enfrentamiento entre Wolfgang Amadeus Mozart y el italiano Muzio Clementi. Mozart improvisó con su gracia habitual, mientras Clementi desplegó una técnica impecable. El emperador, diplomático, declaró un empate. Mozart, sin embargo, quedó convencido de que había salido victorioso, y no dudaba en repetirlo a quien quisiera escucharlo.

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Años más tarde, hacia 1800, Viena fue escenario del duelo más recordado: Ludwig van Beethoven contra Daniel Steibelt. Este último, pianista francés, era famoso por su virtuosismo y su arrogancia. Se presentó con una pieza brillante, llena de efectos llamativos. Beethoven, que ya empezaba a padecer los primeros síntomas de sordera, tomó como base uno de los pasajes de Steibelt y lo convirtió en una improvisación demoledora, al punto que humilló a su rival frente a todos. Steibelt, ofendido, abandonó el salón y juró no enfrentarse jamás a Beethoven. Y cumplió.

Lo interesante es que, a pesar de su pérdida auditiva progresiva, Beethoven mantenía un instinto musical tan poderoso que le bastaba la memoria interna del sonido para improvisar con furia y genio. Aquella noche no solo ganó un duelo: consolidó su reputación de titán.

En 1837, París presenció otro encuentro famoso: Franz Liszt, el joven húngaro apasionado y teatral, contra Sigismond Thalberg, pianista suizo conocido por su técnica deslumbrante. La princesa Belgiojoso, organizadora del evento, se encontró en un aprieto cuando el público pidió un veredicto. Con astucia, zanjó la disputa diciendo: “Thalberg es el mejor pianista del mundo; Liszt es único”. Todos quedaron conformes, y ambos pianistas salieron reforzados.

Estos duelos eran más que simples competencias: eran un reflejo del espíritu de una época en la que la música no solo se escuchaba, sino que se vivía como desafío, como prestigio social y como combate de ingenios. La improvisación, hoy un arte un tanto relegado en la música académica, era entonces la verdadera prueba de fuego.

Con el tiempo, los conciertos públicos y las giras internacionales sustituyeron estos enfrentamientos. El duelo perdió terreno frente a la idea del recital como experiencia estética. Sin embargo, las anécdotas han quedado como parte del folklore musical: historias de noches donde el piano se convirtió en espada, y los músicos, en caballeros de un torneo sonoro.

Finalizo lo que siempre digo. No me gusta encasillar en categorías clasistas a la música por su género. Ya lo he comentado en varias veces. Basado en ello, veamos un extracto de la película Al son del mambo (México, 1950), en donde aparece una escena de un supuesto desafío entre un trío de pianos entre los cubanos Dámaso Pérez Prado, Julio Tarraza y Armando “El Chamaco” Domínguez, de México:  https://www.youtube.com/watch?v=kNPGisVAlwY 

Por Juan Pablo Correa Feo

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