El nombre de la marca puede confundir a quienes no la conocen, pero la harina de maíz precocida no es para hacer pan, sino arepas. El valor de un paquete de 1 kilo es de 323 bolívares y puede alcanzar, dependiendo del tamaño de ellas, para unas 20 arepas. Si una madre soltera y su hijo se comen 3 diarias, el paquete durará casi una semana. El Bono Único Familiar fue 1.110 bolívares; con ese monto puede esa madre soltera comprar sólo 3 paquetes de esa harina, que le durarán dos meses. Y quedándole apenas 141 bolívares, faltaría saber de dónde sacará la mujer el dinero para comprar, no solamente lo que le va a poner a la arepa, sino los demás alimentos que dará a su hijo para que crezca sano y fuerte, y con su cerebro y el resto de su cuerpo bien alimentados con los demás nutrientes básicos. Un desafío, considerando sus limitados ingresos y los altos niveles de inflación que enfrenta el país.
Por Peter Albers
En el siglo XX, la desnutrición infantil en Venezuela fue un problema persistente, especialmente en las primeras décadas (1900-1940) pero, a partir de entonces, las políticas públicas y el auge petrolero la redujeron significativamente. Con ese auge y la urbanización, en las dos siguientes décadas (1950–1970) se impulsaron programas de salud pública y alimentación escolar, que redujeron la mortalidad infantil y mejoraron el acceso a alimentos básicos. Y en las últimas décadas (1980–1990) Venezuela alcanzó indicadores de nutrición comparables con países de ingreso medio.
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Pero la crisis económica de los 80 y 90 revirtió esos avances. El aumento de la pobreza y la inflación alimentaria generaron déficits nutricionales en sectores vulnerables, aunque menos graves que los que comenzarían en el siglo XXI.
Estudios de pediatras venezolanos advertían que la desnutrición crónica infantil seguía afectando entre el 10% y el 20% de los menores en zonas pobres.
La desnutrición infantil en Venezuela durante el siglo XXI ha pasado de ser un problema marginal a una emergencia humanitaria: desde 2015 los índices se dispararon, y para 2024–2025 se estima que entre el 25% y el 30% de los niños menores de cinco años presentan algún grado de desnutrición crónica o aguda.
Durante el siglo XX, Venezuela pasó de ser un país con altas tasas de desnutrición infantil en las primeras décadas a lograr mejoras sustanciales en la segunda mitad del siglo, gracias al desarrollo económico y políticas de salud. Sin embargo, la crisis de los años 80–90 mostró que la desnutrición seguía siendo un problema en sectores pobres, anticipando la gravedad que se vería en el siglo XXI.
Los precios de alimentos básicos superan la capacidad adquisitiva de la mayoría de las familias, y muchos hogares reducen la cantidad y calidad de sus comidas. La falta de empleo estable y bien remunerado, el acceso limitado a los servicios de salud, la escasez de alimentos y la angustia derivada de la situación política también contribuyen.
Y, para colmo, el Programa de Alimentación Escolar (PAE) y los CLAP han sufrido irregularidades y reducción de alcance.
Agreguen a todo eso los niños, con sus padres emigrados, que quedan en manos de familiares que tampoco tienen los recursos suficientes para alimentarlos.
Las consecuencias de todo son el retraso en el crecimiento, con aumento en el número de menores con talla baja para su edad y sistemas inmunológicos debilitados, que compromete el rendimiento escolar y la productividad futura.
¿Cuántos paquetes de harina de maíz precocida podrán comprarse con el Bono Navideño?
Por Peter Albers
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