Opinión

Perros fanfarrones

La semana pasada comentábamos sobre la migración de países del eje andino hacia Estados Unidos, Venezuela, España y otros países donde reinaba la paz y la prosperidad, había progreso y bienestar, oportunidades de trabajo y remuneraciones justas para quienes huían de situaciones de terror y muerte, como las creadas por organizaciones terroristas como Sendero Luminoso o la narcoguerrilla colombiana.

“Sudacas”, llamaban en España con desprecio a quienes, por sus rasgos étnicos, eran fácilmente identificables como provenientes de esos países con fuertes raíces en antepasados precolombinos. Venezuela era, en los años antes de la dictadura de Pérez Jiménez, durante ésta, y en los tiempos posteriores hasta el arribo del chavismo entreguista y sujeto al régimen cubano, un país receptor de inmigrantes, tanto europeos, como de los países andinos que huían del terrorismo antes mencionado, o de las dictaduras reinantes en el llamado “Cono Sur”, de Massera y Videla en Argentina, o de Pinochet en Chile. Historia conocida.

Por Peter Albers

Pero los venezolanos no emigraban. Viajaban de vacaciones al exterior con frecuencia. Los más pudientes, a las cunas de la cultura europea o a los complejos turísticos de Norteamérica, como Florida o Las Vegas o a las islas caribeñas, Punta Cana en la República Dominicana, Luquillo en Puerto Rico, o Cancún en Yucatán. Los menos, vacacionaban en Los Caracas o en la red venezolana de hoteles de Conahotu, en las playas margariteñas o en las cercanas Antillas Holandesas. O, en camiones convertidos en improvisados “motor homes”, familias enteras llenaban las playas de las costas caribeñas, desde Paraguaná hasta Paria, o de los ríos de nuestra geografía. Los delincuentes se ocupaban de asaltar bancos, distribuir drogas, o robar en las casas sin cuidadores de los vacacionistas desprevenidos y confiados, y no de andar asaltando a quienes pasaban sus vacaciones a campo abierto. Se popularizó el “tá-barato-dame-dos” soportado por un bolívar sólido en los centros comerciales de todos los países, donde los venezolanos, cargados de dólares,eran bien recibidos.Todavía no existía el término“veneco”, par del despectivo “sudaca”.

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Los países que se ven obligados a acoger a esa ola de “venecos”, y se las ven negras para hospedarlos y alimentarlos en su condición de refugiados, deberían, en lugar de rechazarlos, desviar ese rechazo y desprecio hacia quienes han provocado su éxodo desdeun país, hasta entonces abierto al mundo. La pandilla que lo ha destruido en lo que va de siglo es la verdadera causante de los malestares causados por esos desesperados huéspedes, víctimas de esa destrucción sistematizada y continua de los servicios públicos, de la industria petrolera y el resto de la actividad económica del país. Mucho menos el cacareado “bloqueo económico”.

Una acción contundente por parte de los países democráticos (y los no tanto) unidos en una fuerza que obligue a la celebración de unas verdaderas elecciones, limpias y transparentes, y rechace el descarado montaje que viene ejecutando el régimen madurista para eternizarse donde rapiña desde hace un cuarto de siglo,desfalcando a la Venezuela otrora próspera, libre y democrática, y sembrando el terror entre los infortunados ciudadanos que no han podido librarse del suplicio diario de vivir en Venezuela sin estar “enchufado”.

Países que, hasta ahora, sólo han emitido tibias condenas, y se emiten acuerdos que nadie cumple ni obliga a los demás a cumplir.Como perros fanfarrones, ladran, pero no muerden.

Por Peter Albers

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