En los últimos días se ha agitado ansiosamente la bandera de la Unidad. Se propone con urgencia la escogencia de un candidato de la Unidad. Se plantea de tal manera como si se tratara de un acto único, singular, aislado, como si no tuviera que ver con lo que ha ocurrido en el país en los últimos años. Se le maneja como un paso formal, administrativo, despegado del proceso político reciente, cuyo momento descollante fue la ilegal inhabilitación de MCM y el nombramiento de la Dra. Corina Yoris en su representación.
La irrupción de MCM en el proceso político venezolano, vino acompañado de una visión política estratégica, propósitos claros de cambio y una expresión organizativa que fructificó en las Primarias, los 600 K y GANA. Se activó el hálito poderoso de la soberanía contenida en los ciudadanos.
Todo esto significó un nuevo modo de concebir el proceso político y la configuración de la alternativa para un cambio democrático y libertario.
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Se estrenaba un nuevo modo de hacer política; una cultura política que hacia contraste con el modo pragmático de los protagonistas tradicionales que fungían de oposición.
Un nuevo paradigma se ha consagrado: La toma de decisiones por los ciudadanos. Dos millones y medio de ellos escogen su candidata en primarias; debería extenderse a todos los cargos de representación pública.
Hemos afirmado que los procesos unitarios son procesos históricos y contextualizados. Lo ocurrido en los últimos años nos conduce a comprender que, la decisión sobre una candidatura presidencial unitaria, no puede obviar o saltarse este capítulo de la historia para proceder a su elección, como si nada hubiese ocurrido.
La cultura pragmático- electoralista de algunas organizaciones partidistas pretende asumir esta decisión, como si de un simple acto administrativo se tratara, donde sólo basta la suma aritmética de las siglas de sus respectivas organizaciones.
Hay quienes afirman: “No se puede encontrar algo si lo buscas donde no está, o se lo pides a quien no lo tiene”. O sencillamente lo que expresa el dicho español: “No se puede pedir peras al olmo”.
Por Luis Enrique Vizcaya
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