Opinión

Defenestraciones

Para contarlo a mi manera: A los reyes no los eligió ningún pueblo. En algún momento de la historia de una región, un grupito de señores escogió, cada uno según sus simpatías y conveniencias, a uno de ellos como rey. El método podía ser una votación secreta, una imposición por mayoría, o cualquiera otro método, incluidas las amenazas, más o menos veladas, de los más fuertes contra los más débiles. El grupito (llamémosle “El Grupo”) estaba formado por hombres que, a su vez, conquistaron, cada uno, una determinada región de ese país, repartiéndoselo entre ellos. A esos territorios los llamaban “principado”, “ducado”, “marquesado”, “condado”, etc. De manera que “El Grupo” estaba formado por príncipes, duques, marqueses, condes, y otros caballeros de menor jerarquía.

Si bien podría parecer algo complicado eso de elegir a un rey, menos lo era el salir de él: bastaba con lanzarlo por una ventana del salón donde se reunían. (Defenestración, llaman a eso, del italiano “finestra” = ventana). Mientras más alto el piso del palacio donde se encontraba el salón, mejor.

Por Peter Albers

Llegados los tiempos cuando el pueblo reclamaba un poco más de participación, nula hasta entonces, en las decisiones sobre los manejos del reino; un poco más de derechos, ninguno hasta entonces, para decidir sobre su vida; y más derechos, ninguno hasta entonces, para elegir un trabajo digno, “El Grupo” permitió que se constituyera un parlamento o asamblea de ciudadanos, donde elegirían un primer ministro, quien realmente llevaría las riendas del poder. Por supuesto, respetando las prerrogativas del rey, quien quedaría más o menos como un adorno, venerado y respetado, mas no necesariamente con autoridad, y los de “El Grupo” conservarían sus posesiones y títulos nobiliarios. Y los reyes no serían ya lanzados por una ventana, sino que dejarían su trono, llegado el momento de su muerte o renuncia, a un sucesor, más o menos brillante éste que su antecesor.

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Nunca eran los reyes renunciantes castigados por sus desmanes y abusos de poder. Se iban, y ya. Sus descendientes heredaban los bienes mal habidos, sin que nadie demandara su devolución a sus legítimos dueños.

En las democracias modernas, y en las que se jactan de serlo sin que nadie se lo crea, resulta un mal precedente que a un mandatario se le deje retirarse del cargo, sin antes rendir cuentas ni pagar por sus delitos. Mucho menos, cuando sus abusos y robos están a la vista de todos, incluyendo la de los mandatarios extranjeros, que observan desde fuera, como quien mira los toros desde la barrera.

Nunca podremos saber cómo estaría Venezuela si Chávez, rey agonizante, hubiera nombrado heredero a otro de “El Grupo”; me atrevo a asegurar que mucho mejor, pero no es el caso ponerse a especular ahora sobre eso.

Lo cierto es que el ungido ha dilapidado mucho más que “un millardito” ¿Por qué me suena como “maldito”? y lo preocupante es que ya se habla de amnistía, que es como decir perdonarles las atrocidades que él y “El Grupo” han cometido con los bienes públicos, con los derechos de los ciudadanos, ignorar la aplicación de la
justicia por parte de jueces comprados, el asesinato de llorados manifestantes pacíficos, la alteración de datos electorales, y una larga lista de delitos, que llevaría años a un juez leer.

Los venezolanos esperamos justicia, no amnistías que perdonen décadas de delincuencia, atrincherada en los edificios gubernamentales y los cuarteles.

Las defenestraciones ya no se usan, pero hay que reconocerlo: eran bastante efectivas.

Por Peter Albers

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