Al destacado general y estadista francés Charles de Gaulle se le atribuye la expresión “Los países no tienen amigos, sino intereses”. Afirmó así su posición realista, estableciendo que las alianzas y relaciones entre naciones están sujetas a cambios según las circunstancias y los beneficios mutuos de cada una.
De Gaulle fue conocido y respetado por su papel crucial durante y después de la Segunda Guerra Mundial.
El pasado 22 de noviembre se cumplieron 134 años de su nacimiento (en 1890) en Lille, Francia. Falleció el 9 de noviembre de 1970.
Por Peter Albers
El mejor ejemplo que se me ocurre de su frase, cuando esto escribo es la Conferencia de Yalta, cuando Churchill, Roosevelt y Stalin se reunieron en esa ciudad de la Península de Crimea, al norte del Mar Negro. Fue una reunión crucial durante la Segunda Guerra Mundial, celebrada del 4 al 11 de febrero de 1945, pues en esta conferencia participaron los líderes de las tres principales potencias aliadas: Reino Unido, Estados Unidos y la Unión Soviética.
Es decir, un país monárquico y de tradición colonialista, una nación democrática y adalid de la libre empresa, y una potencia militar con un régimen comunista y despótico, reunidos para discutir sobre el futuro de una región devastada y arruinada por la guerra y los delirios de grandeza de Hitler y Mussolini.
No eran precisamente representantes de países “amigos” los tres comanditarios de Yalta, reunidos allí para discutir y acordar el destino de Alemania, y del resto de Europa, una vez concluida la guerra. Alemania fue partida en cuatro “zonas de ocupación”: tal vez un interés de Stalin fuese implantar un régimen comunista en el país de Roosevelt o viceversa, o el de Churchill el recuperar sus perdidas colonias, pero todo eso quedó soslayado ante el interés común de derrotar a Hitler, Mussolini e Hirohito juntos.
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De allí surgió también la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y, aunque parezca un chiste, por la presencia de Stalin, también se acordó la promoción de regímenes democráticos en Europa central y oriental, y se abordaron otros temas, como el desarme y la desmilitarización de Alemania y las reparaciones de guerra; es decir, lo que tendrían que pagar los países agresores por los vidrios rotos.
Luego se crearían la Alemania “Federal”, con la fusión de las zonas británica, francesa y norteamericana, y la Alemania “Democrática”, con la construcción del Muro de Berlín para evitar que los que habían quedado del lado soviético se escaparan del “paraíso” comunista. Y vendría la llamada Guerra Fría, desenmascarado el taimado Stalin y volviendo cada uno de los países a sus propios intereses.
La conferencia de Yalta nos viene a la memoria cuando observamos la pugna entre algunos “líderes” políticos, que alguna vez tuvieron una oportunidad de convertirse en conductores del pueblo hacia la recuperación de la democracia, pero la dejaron pasar al anteponer sus mezquinos intereses a la más noble tarea de rescatar los valores que hicieron de Venezuela un ejemplo de democracia y de progreso y bienestar de su pueblo. Los grupúsculos que quedan, de los que otrora fueron nutridos y vigorosos partidos, con dirigentes entregados a causas más nobles que las de los que ahora insisten en disputarse, entre ellos, un liderazgo de opereta, cómica en otra circunstancia, pero no en la que ahora se vive.
Es hora de seguir el ejemplo de Yalta, apoyando sin mezquindades a quien se ha convertido en líder del movimiento que busca devolver la felicidad y el bienestar a los venezolanos.
Por Peter Albers
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