En mi niñez muchas veces escuché que en las tragedias marítimas siempre el capitán del barco era la última persona en abandonar la nave. Algo similar ocurrió con el tristemente célebre Titanic. Con los años el concepto fue adecuándose y los especialistas lo han cambiado por la evacuación de grupos familiares. Pero siempre el capitán, cabeza de familia o líder de la manada es quien se sacrifica por el bien común. Por alguna razón ostenta el calificativo de líder o dirigente de algo.
En Nueva Zelanda, por ejemplo, la primer ministro de ese país ha sido enfática al declarar que será la última persona en vacunarse contra el virus chino. Esto, para dar ejemplo como cabeza de Estado en beneficio de sus ciudadanos. Este gesto ennoblece a la persona y prestigia el cargo que ostenta. Algo similar han manifestado otros mandatarios en países donde los efectos de la pandemia han causado estragos.
Por Juan Guerrero
Pero en Venezuela, el país más pobre y con mayor porcentaje de desnutrición infantil y de ancianos de América, según anuncian las agencias especializadas en el tema, el presidente anuncia que él ya está vacunado mientras por las redes sociales el clamor de la población es un ruego que llega al cielo, pidiendo que se permita la entrada de las vacunas.
Los políticos se rasgan las vestiduras anunciando, unos, que han autorizado dichas vacunas, otros que lo niegan, y otros más, que existen impedimentos para su entrada. Mientras las escasas cantidades que han sido autorizadas, sirvieron para vacunar a la llamada ‘nomenklatura’ del Estado, con el presidente a la cabeza, militares de alto rango, políticos y personas cercanas al poder. El resto, la población más expuesta y de mayor riesgo, ancianos y personal sanitario de primera línea, tienen que lidiar en los hospitales, mal dotados y con una infraestructura en malas condiciones, con el doloroso saldo de poco más de 400 médicos fallecidos y otros cientos más, del área sanitaria en general, que han muerto por la precariedad de equipos de bioseguridad y falta de vacunas para su inmunización.
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Esta dantesca realidad que exponemos es consecuencia de la intromisión de políticos, sea del bando que sea, militares que actúan fuera de su ámbito y hasta empresarios que sugieren soluciones, mientras las opiniones de profesionales y especialistas en el tema de la pandemia y cómo tratarla, se los deja a un lado actuando bajo orientaciones del poder político, militar y económico. Pareciera que el personal sanitario solo debe actuar únicamente dando diagnóstico y atendiendo al enfermo. De resto, las directrices fundamentales de orientaciones científicas y técnicas, que son la base para enfrentar la pandemia, se dejan en manos de improvisados políticos, militares y empresarios, quienes de manera marginal y con mentes obtusas, con el autoritarismo y la arbitrariedad que les caracteriza, toman decisión tras decisión desacertada, con el saldo diario de infectados y fallecidos.
Desde hace meses la Federación Médica Venezolana, la misma Academia de Ciencias y la organización de Médicos sin Fronteras Venezuela, han indicado, razonadamente, lo que debe y lo que no se debe hacer en Venezuela en materia de pandemia, contagio y tratamiento del virus chino y sus diferentes variantes.
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La experiencia de las instituciones venezolanas en materia epidemiológica y sanitaria ha sido ofrecida de manera pública, incluso, especialistas de reconocida trayectoria internacional han manifestado lo que debe hacerse para enfrentar esta grave enfermedad y sus complicaciones. La población venezolana ha sido estudiada desde hace décadas y se llevan registros del comportamiento biopsicosocial por estrato poblacional. Hay especialistas que incluso estudian estas y otras enfermedades y su vinculación con las áreas de mayor riesgo, relacionadas también con la ingesta alimentaria. En fin, de lo que se trata es dejar que los especialistas en el tema tengan libertad, tanto para dedicarse con los implementos especiales que el caso amerita, como también se les permita asumir técnicamente las decisiones profesionales, que obedezcan estrictamente a razones humanitarias y de solidaridad con toda la población venezolana.
Sobre ello es imprescindible acotar que el único documento, si es que el caso lo amerita, para ser vacunado es la tradicional ‘cédula de identidad’, vigente o vencida. Salvo esto, cualquier otra identificación resultaría, evidentemente, una violación del derecho humano a la vida, por discriminación y exclusión.
Mientras siguen los enfrentamientos y las discusiones entre el liderazgo del poder en Venezuela, con la realidad de una población desguarnecida y con los centros de salud saturados, todos los días continúa el aumento de los contagios y el terrible número de fallecidos por una pandemia que técnicamente puede ser controlada por verdaderos profesionales y no por improvisados políticos, militares y empresarios jugando a ser médicos.
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