Los mayores lo recordarán bien y muchos jóvenes deben haber escuchado mencionarlo. En febrero de 1983 sucedió en Venezuela lo que pasó a la historia como el “viernes negro”.
El precio del dólar se había mantenido con una estabilidad pasmosa por unos 20 años, rondando los 4,30 bolívares. Cifra que se volvió cabalística y que retrataba la solidez económica del país por aquellos tiempos.
Por David Uzcátegui
Sin embargo, ese 18 de febrero hubo que reconocer que el país ya no era el mismo de antes, que la burbuja de perfección había estallado y que la divisa estadounidense casi duplicaba su precio.
Por décadas, aquel episodio ha sido una especie de mancha negra en nuestra historia nacional. Se ha señalado a los gobernantes del momento de haber dejado escapar nuestro sueño de ser para siempre la economía más estable de América Latina. Un sueño que alguna vez logramos, pero que en la actualidad parece prácticamente imposible.
Quienes hoy ostentan el poder utilizaron este argumento –entre muchos otros– para lograr trepar a la cumbre gubernamental. Sin embargo, han estado muy lejos de mejorar el cuestionado desempeño económico de aquellos tiempos.
Muy al contrario, lo han hecho infinitamente peor. Si en esos años fue un escándalo que el dólar duplicara el precio tras dos décadas de estabilidad, qué podremos decir hoy, cuando lo hace en apenas tres meses. Aquel dólar oficial de 4,50 en mayo, trepó en este agosto negro a 7,82. Y contando.
Estamos hablando de una cifra oficial, decidida por el Banco Central de Venezuela. Una cifra que refleja que, ni con todos los retruécanos, son capaces de mantener una velocidad de crucero decente en el desempeño de nuestra moneda.
El fetiche de aquella cifra de 4,30 es el fantasma que persigue a los palos de ciego que pretenden vendernos como políticas económicas. A cada rato se nos presenta una nueva reconversión monetaria que amputa varios ceros al exhausto bolívar, que ya tiene varios apellidos a cuestas: fuerte, soberano, digital…
Y nunca pasa mucho tiempo antes de que el nuevo signo monetario ruede estrepitosamente por el despeñadero. Tan es así, que muchos comercios del país no lo aceptan, lo cual implica que tampoco reciban pagos con tarjeta de débito. Prefieren dólares en efectivo.
También es un secreto a voces el apresurado remarcaje de precios de los últimos días, así como las llamadas compras nerviosas, para intentar abastecerse de productos necesarios a precios que hoy son más ventajosos que los que tendremos la semana que viene.
Los cerebros de estos disparates cuentan con que la gente olvide, con que no saquen cuentas. Pero lo cierto es que todos lo tenemos presente. Hemos atravesado tres reconversiones monetarias, en la última de las cuales se le podaron nada menos que seis ceros al bolívar. Es decir, un millón de bolívares pasó a ser un bolívar.
Catorce ceros en total se le han eliminado a nuestra moneda, que ha terminado literalmente convertida en polvo cósmico, y que se ha convertido en vergüenza para la memoria de nuestro Libertador y Padre de la Patria, al llevar su nombre mientras ha devenido en uno de los signos monetarios menos confiables del planeta.
Ninguna de estas maniobras efectistas ha logrado frenar la imparable realidad de que la gente comprar cada vez menos con el dinero que tiene en el bolsillo. Nada de esto detiene los aumentos de precios semana a semana, que van amarrados a la escalada de la divisa estadounidense.
Y lo peor es que quienes están detrás de todo esto lo saben. Saben que están haciendo malabarismos totalmente ineficaces para resolver el problema. Que lo que logran es correr la arruga, para que reviente peor un poco más adelante.
Y no están capacitados para traer verdaderas soluciones, porque no tienen ni idea de lo que están haciendo. Lo han demostrado una y otra vez, al seguir aplicando tercamente la misma estrategia fracasada.
La demoledora realidad nos deja una conclusión desoladora: Venezuela no se arregló. Fue una burbuja, fue maquillaje. Fue una tímida capa de barniz que hizo que todo apareciera más brillante durante unos días.
Paro la verdad es que no hay ni la valentía ni el conocimiento para agarrar al toro por los cuernos. Hemos tenido viernes negros todos los días de la semana y agostos negros todos los meses del año.
Sin libertades económicas, cualquier país se asfixia. Sin productividad, los precios trepan al cielo. Sin reglas claras, los actores económicos tiran la toalla y no juegan más.
Ningún gobierno se puede echar al hombro a todo el aparato productivo de un país. Las autoridades no están puestas para hacer de policías en lo que debería hacer un libre mercado.
Mientras estos principios elementales de la economía sigan siendo ignorados, la burbuja nos va a seguir reventando en la cara día tras día, año tras año.
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