Opinión

Una milenaria piedra

Sobre el cauce del río Mariara se realza una milenaria piedra, que por sus agujeros suponemos que desde tiempos precolombinos y con el paso de diferentes generaciones fue utilizada por los indígenas para procesar sus alimentos.

Por Rebeca Figueredo

Esta maciza piedra está ubicada dentro de una región históricamente próspera, en otros tiempos la zona tuvo extensos cultivos y pasto “regados por diversos ríos”, desde el siglo XVI estas tierras pertenecieron al capitán Vicente Díaz, ya para principios del siglo XVIII la hacienda de Cura pasa a manos de la aristócrata familia Tovar, hacienda que también es bendecida con sus famosas y curativas aguas termales y que más adelante en su recorrido estas mismas aguas servían como riego a los campos de añiles, fue visitada y admirada en 1800 por Humboldt, transcurrirá más de ochenta años y las tierras seguirán perteneciendo a la familia Tovar, sin embargo, ahora dividida en dos grandes haciendas: La Concepción y Mariara quedando la milenaria piedra dentro de la propiedad.

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En 1881 la piedra con sus agujeros es considerada una curiosidad para los pobladores y mucho más para los extranjeros, es visitada y detallada por una francesa: Jenny de Tallenay (de quien nos estamos basando en esta crónica) en su largo, caluroso y a todo galope trayecto con destino a Maracay, Jenny junto a su esposo deciden antes hacer una parada en una posada ubicada en la vía, la intención es que los caballos se refresquen en el cercano río, mientras esto sucede Jenny junto a su esposo le pagan un real a un guía de la zona para que los conduzcan a la que hoy en día la conocen como «piedra de los pilones» sin embargo, en aquella época era conocida como la “piedra de los indios”, entonces, la pareja siguiendo al guía dejan el camino y cruzan el campo hasta llegar al destino.

Jenny describe en su diario: “Esta piedra, que yace a orillas de un torrente, sombreado de todos lados por macizos de árboles, es un monumento del pasado” calcula que la piedra mide unos cuatro metros de largo y dos metros de ancho (realmente sus medidas son de ocho metros de largo y tres metros de ancho) “Su superficie esta horadada con trece agujeros redondos de un pie de profundidad y cuarenta centímetros de diámetro” afirma que sus agujeros se deben a “Los mazos de las mujeres indias que machacaban ahí su maíz” y por la dureza de la piedra se necesitaron de muchas generaciones para lograr colosales agujeros, contempla y describe que no tan lejos de la piedra brota una cascada “Que baña el pie de una cadena de colinas ricas en aguas termales”.

Se despide del lugar, se sube a su coche con los caballos ya listos para emprender el viaje que los llevarán por varias millas bordeando “Las tierras de la hacienda Mariara, para las cuales se han ofrecido 600.000 francos de contado a su dueño, quien se negó a desprenderse de ella” era evidente la riqueza que poseía estas tierras y teniendo en un pasado un nivel de producción relevante por abastecer principales centros de consumo.

Han pasado 142 años desde que Jenny contempló la piedra de los indios y ahora, tengo la oportunidad de observarla, grandes árboles continúan abrazando el paisaje, rodeada por un cauce de rio que para mi suerte estaba casi seco lo cual me permitió palparla con mi mano, quedando mi persona tan diminuta ante lo que representa la piedra, cuento sus trece grandes agujeros que describe Jenny, yo le sumo otros más de diferentes tamaños y en silencio considero la exhausta faena de personas que en el día a día durante de cientos de años dejaron sus huellas en el tiempo: el mismo que ahora la deja en el olvido pero que al ver sus agujeros te describe las “señales de ruda labor y paciente resignación”.

Por Rebeca Figueredo

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