Opinión

Enfrentar el fraude

El régimen perdió las elecciones. De calle. Recibió una paliza de 37 puntos porcentuales. Una derrota de ese tamaño en política es casi como nueve arepas en béisbol, algo así como un 10 a uno. En tenis, un 6-1, 6-0. En boxeo, K.O. en el segundo round. En dominó, cercano a un zapatero. En el habla popular boxística, al chavismo le dieron hasta con el tobo. No lo quiere nadie. La gente está harta de miseria, represión, inseguridad, escasez, corrupción. Quieren un país normal, con futuro. Un sitio en el que puedan tener una familia y verla crecer, sin estar pensando por dónde van a salir y hacia qué país tendrán que migrar para ganarse la vida.

Lo decían las encuestas previas al 28 de julio (con excepción de algunas empresas “oficiales” de última hora), lo dijeron los sondeos a boca de urna y, por si quedaban dudas, lo dice más del 80% de las actas que la Plataforma Unitaria (PU) tiene en línea para el que quiera comprobar las cifras y ver quién ganó en su mesa de votación, con acta, firma de miembros de mesa, códigos y votos por partido. Son 7,16 millones de sufragios para Edmundo González, el 67% de los votos, 3,24 millones para Nicolás Maduro, el 30%, y 0,26 millones para el resto de los candidatos, alacranes incluidos; o sea, una ventaja de 3,92 millones a favor de la oposición. Incluso, como ya se ha comentado en los medios y en las redes, si los votos de las actas que no están en el sitio web de la PU se le regalaran al oficialismo, apenas llegarían a un aproximado de 5,63 millones de votos y seguirían perdiendo por millón y medio.

Por Alberto Rial

El escenario del triunfo holgado de la Unidad estaba en todos los tableros con una probabilidad muy alta: las encuestas y el soberano en las calles no dejaba mayor espacio para la incertidumbre. Donde sí había dudas era en el cobro de los votos. No se tenía certeza sobre cómo reaccionaría el régimen, aunque el pronóstico menos factible era la aceptación pacífica de los resultados seguida de una transición ordenada. Al final, ocurrió lo que muchos –quizás la mayoría- esperaban, y temían. La trampa frontal, abierta, el aquí mando yo y estos son los números y no me pidan pruebas ni constancias porque no me da la gana. O sea, la respuesta de dictadores supremos e incrustados, tipo Chapita Trujillo, Idi Amín, el castrismo cubano o los ayatolas iraníes.

La gente se alborotó, como era de esperarse. Comenzaron las manifestaciones, las cacerolas, las protestas espontáneas en todas las ciudades del país; y sobre todo en las zonas más populares, en los barrios, donde viven los que más trabajo están pasando y más han sufrido privaciones y violencia con la gestión del gobierno rojo. Los que forman la estadística del 50% de pobreza crítica e insuficiencia alimentaria y votaron masivamente por un cambio. Los familiares de los migrantes del Darién. Los que no tienen futuro y subsisten en un presente precario. Esos paisanos salieron a denunciar el fraude y por uno o dos días se adueñaron de la escena y mandaron su mensaje de reclamo.

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La reacción de la dictadura no tardó en aparecer. Todos los cuerpos represivos –colectivos armados, militares, policías, servicios de inteligencia y probablemente mercenarios- se encargaron de enfrentar la protesta a sangre y fuego. En este momento van 20 fallecidos, un número indeterminado de heridos y, según la cuenta del mismo régimen, más de mil detenidos. A los que agarran manifestando, caminando por la calle o mirando al suelo los secuestran y los acusan de terrorismo, de incitación al odio y de cualquier otro delito de esos que inventa el chavismo. Han detenido a un número de testigos y miembros de mesa por el simple hecho de representar a la PU. Se ha llegado a anunciar la creación de campos de concentración para encerrar a los secuestrados, como si fuera una obra de servicios públicos.

Escribo estas líneas antes de las concentraciones convocadas por la Plataforma Unitaria para ayer sábado, en todas las ciudades del país. No sé qué pasó, cómo terminó todo y qué hizo el régimen, pero en todo caso la ruta es por ahí, por la participación y la movilización. La trampa fue muy burda; no queda de otra sino enfrentarla.

Por Alberto Rial

Con información El Carabobeño

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