Opinión

Juana de Arco, una luchadora

La Europa del siglo XV era muy distinta a la de hoy. Una agrupación de reinos, principados, ducados y cantones, propiedad de familias aristocráticas, dueñas de todas las tierras, que dominaban a una población de cuasi esclavos, pobres y convenientemente ignorantes, que sobrevivían precariamente vendiendo en el mercado del pueblo el producto del cultivo de la tierra o la cría de animales, pagando a los aristócratas jugosas cuotas por el uso de sus tierras.

Las familias dominantes, desde reyes para abajo, contaban con la bendición de las autoridades religiosas, que podían acusar de hereje a quien pretendiera desconocer al rey ungido y mandarlo a la hoguera con cualquier pretexto. Reyes, príncipes y demás potentados vivían en una eterna guerra, disputándose tierras y coronas, muchas veces basándose en incumplimientos, por una de sus partes, de alianzas y compromisos previos entre sus familias. El reclamo por la heredad de un trono era motivo suficiente para recurrir a las armas. Aunque muchos creían realmente que su rey era ungido por Dios, y luchaban por ese ideal, otros eran mercenarios dispuestos a combatir del lado de quien les pagara más.

Por Peter Albers

En ese ambiente nació en Domrémy, Francia, en el seno de una familia campesina acomodada, Juana de Arco. La infancia de Juana de Arco transcurrió durante la llamada “Guerra de los Cien Años”, por el trono francés, entre el Delfín Carlos, primogénito de Carlos VI de Francia y Enrique VI de Inglaterra. Buena parte del norte de Francia fue invadida por las tropas inglesas y borgoñonas. Estas últimas, fuerzas militares del Ducado de Borgoña, un territorio situado en la actual Francia, pero que en su época de mayor esplendor abarcó también partes de lo que hoy conocemos como Bélgica, Luxemburgo, los Países Bajos y Suiza, eran conocidas por su disciplina y efectividad en combate, y participaron en numerosas batallas importantes de la época.

A los trece años, Juana de Arco afirmó haber visto y oído a los santos Miguel, Catalina y Margarita, y declaró que sus voces eran un llamado de Dios a una misión que no parecía al alcance de una campesina analfabeta: dirigir el ejército francés, coronar como rey al Delfín en Reims y expulsar a los ingleses del país.

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En 1428, todavía una niña de 16, trató de unirse a las tropas del príncipe Carlos, pero fue rechazada. A los pocos meses insistió, y esta vez el príncipe, no sin haberla hecho examinar por varios teólogos, accedió al fin a confiarle el mando de un ejército de 5.000 hombres, con el que Juana de Arco consiguió derrotar a los ingleses en Orleans en mayo de 1429. Sus posteriores triunfos permitieron al Delfín su coronación como Carlos VII de Francia, el 17 de julio de ese año. Juana de Arco continuó combatiendo, hasta que fue capturada por los borgoñones en mayo de 1430.

Entregada a los ingleses, Juana de Arco fue trasladada a Ruán y juzgada por herejía y brujería, y condenada a muerte en la hoguera en 1431. Tenía 19 años.

En 1412, cuando nació Juana de Arco, faltaban 80 años para el Descubrimiento de América. No existían unos países llamados Venezuela, un depauperado país, ni en una entonces desconocida isla del Caribe, su manipuladora, Cuba.

Hoy, Juana de Arco hubiera ganado el Nobel de la Paz.

La historia nos cuenta de mujeres que, como ella, en sus tiempos y sus circunstancias han tenido el coraje de enfrentar las amenazas contra sus patrias, ya sean de enemigos externos o internos, que los hay, o de dictadores que anteponen sus intereses a los del país que sojuzgan.

Por Peter Albers

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