Opinión

“La civilización es la victoria de la persuasión sobre la fuerza”. Platón

Platón pensaba que los tiranos surgen de la masa. Es alguien –sostenía el pensador – que convence al resto de que tiene la solución a los problemas, pero que, en el fondo, tan pronto como se afianza en el poder, se vuelve totalmente abusivo.

En las virtudes de Platón, escritas hace 25 siglos, hay enseñanzas que en la actualidad pueden sernos de mucha utilidad. La primera de esas virtudes es la templanza con moderación, que, sin apresurados excesos, ni insensata inmediatez, debe orientarnos a no seguir la perversidad y el desatino de quiénes se empeñan en gobernarnos totalitariamente

Por Manuel Barreto

La segunda virtud platónica nos habla de la fortaleza o la capacidad de no rendirse nunca. De tener fuerza para luchar por aquellos dignos objetivos o principios nobles como lo son recuperar la democracia y la libertad, y con ellas, lograr el país que anhelamos y merecemos, moderando la innecesaria audacia. Si queremos romper los paradigmas vigentes en nuestro país, tenemos que empezar por cambiar nuestra actitud de una vez por todas y dejar de lado la presunción de imposibilidad ante las realidades que tenemos ante nosotros.

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La tercera virtud es la prudencia. Tal como lo apunta el Diccionario de la Real Academia en la tercera acepción del término: «Una de las cuatro virtudes cardinales, que consiste en discernir y distinguir lo que es bueno o malo, para seguirlo o huir de ello». Podemos decir que es la virtud moral que perfecciona nuestra razón práctica para elegir en toda circunstancia los mejores medios para alcanzar nuestros fines, subordinándolos al fin último. La prudencia es una virtud que tiene como propósito remediar la ignorancia de entendimiento. La prudencia es la capacidad de reflexionar antes de hablar o actuar, lo que lleva implícito el sentido de la oportunidad.

El fin de cuantos aspiran a dirigir este país nuestro tan exhausto, maltratado y burlado debe ser la permanente búsqueda del bien común, y esa sempiterna búsqueda debe acompañarse de la prudencia política, sin dejar espacio para más desaciertos, excluyendo la insensata temeridad y precipitación que suelen conducir a la actuación sin la debida reflexión, propias de los políticos autosuficientes e incapaces de ponderar la realidad del delicado momento en el cual les ha tocado asumir posiciones relevantes, bien sea por falta de madurez o de juicio.

Ya lo sostenía Théophile Gautier: «En todo momento, los prudentes han prevalecido sobre los audaces».

Y, por último, la cuarta virtud, la justicia. Platón nos señala que no solo es la obediencia de las leyes humanas ni divinas lo que constituye la justicia. Vivir una vida de manera excelente es una preparación para la eternidad y es lo que caracteriza a un hombre justo. Para Platón, la Justicia es dar a cada cual lo que le corresponde según su naturaleza; de allí la complejidad de esta virtud, dado que la justicia depende de los valores de una sociedad y de las creencias individuales de cada uno de sus ciudadanos. Puede entenderse a la justicia como lo que debe hacerse de acuerdo a lo razonable, lo equitativo o lo que indica el derecho.

Ahora bien, la justicia en nuestro país es una justicia marginada. Acá el problema no es de leyes sino de órganos de administración de justicia que no funcionan.

Nos han señalado los jurisconsultos que la legitimidad del Estado debe sustentarse en la legitimidad de los tribunales u órganos jurisdiccionales con competencia análoga, sea en ese sistema difuso donde los jueces comunes dictan justicia constitucional, o sea como las Salas Constitucional, Penal, Electoral, o Social; en un sistema que, en principio concentrado, forma parte del estamento u organigrama del Poder Judicial y de su órgano colegiado jerárquico.

Allí están miles de familiares de presos políticos clamando en esta tierra árida de justicia por la libertad de los suyos, y aquellos que les perdieron en estos lamentables tiempos, esperan que tales sacrificios no queden impunes y suplican al cielo por que algún día no muy lejano contemos con país serio, donde se tomen las determinaciones de acuerdo con la Constitución, la norma y las leyes.

Pero… ¿a cuál justicia podemos referirnos donde las más de las veces el Fiscal defiende al acusado y el Defensor del Pueblo le acusa? ¿Dónde un policía o un GNB no son quienes protegen a los ciudadanos, sino que se ha convertido en un cuerpo peligroso? Donde el Tribunal Supremo de Justicia actúa a espaldas de toda una nación injustamente desamparada?

Podríamos afirmar que el eje principal del pensamiento platónico fue la búsqueda del Estado justo en el cual la armonía, la paz y el orden social sustentado por la ética; en el cual fuese impensable la condena de un sabio, en este caso Sócrates, por parte de un régimen democrático. Veinticinco siglos después se hacen más que vigente, imperativa la urgencia de crear modelos sociales que rescaten la convivencia humana en nuestro país, y que rescaten de las prisiones a los injustamente condenados.

Por Manuel Barreto

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