Opinión

El dilema del demócrata: vivir como se piensa…

«Hay que vivir como se piensa, porque de lo contrario terminarás pensando como vives» José Pepe Mujica

Esta máxima de Mujica resuena con una fuerza particular cuando el miedo busca imponerse y la coherencia interna se convierte en un acto de resistencia.

Para un ciudadano demócrata, vivir bajo el autoritarismo, plantea un desafío existencial. Los valores en los que cree; libertad, justicia, respeto, participación, pluralismo, chocan de frente con una realidad de arbitrariedad, persecución y silenciamiento. En este ambiente, la frase de Mujica adquiere una dolorosa relevancia. «Vivir como se piensa» implica mantener firmes esos principios democráticos en cada acción, en cada decisión, incluso cuando el costo parece alto. Es la convicción inquebrantable de que la dignidad humana y los derechos ciudadanos no son negociables.

Sin embargo, la inercia del día a día, la constante presión del miedo y la erosión de las libertades pueden llevar a una claudicación silenciosa, pero a veces estruendosa. Es entonces cuando se corre el riesgo de «terminar pensando cómo se vive»: justificar la inacción, minimizar la injusticia, internalizar el discurso dominante o simplemente resignarse ante el atropello. Este proceso, insidioso y a menudo imperceptible, diluye la fibra moral y democrática del individuo, transformando a un demócrata, en un mero espectador, o peor aún, en un cómplice pasivo del autoritarismo.

La coherencia como acto de resistencia no violenta

En este escenario, el llamado a no dejarse vencer por el miedo y a actuar con creatividad y no violencia, se alinea perfectamente con el imperativo de Mujica. “Vivir como se piensa”, lo cual, en sí mismo,  es un acto de resistencia.

El ciudadano cuando vive como piensa, mantiene su voz activa y exigente, no calla la verdad y denuncia la mentira, ejerce su ciudadanía en forma activa, participa en los espacios que aún quedan, defiende los derechos amenazados y vela por los derechos de los que ya no tienen voz. Busca la verdad y la información veraz: no se permite sucumbir a la desinformación ni a la propaganda. Mantiene un espíritu crítico y busca fuentes diversas. Impulsa y fortalece la educación social, la cultura política y la reflexión, como vías para robustecer la conciencia democrática y la resiliencia ciudadana.

Por Pedro Gonzalez Caro

Esta coherencia entre el pensar y el vivir no solo fortalece al individuo, sino que también irradia hacia la comunidad. Cada acto de resistencia no violenta, cada muestra de coherencia, cada voz que se alza, por pequeña que sea, se convierte en un faro para otros y en un recordatorio de que la libertad y la dignidad aún son posibles.

Un impulso renovador desde el interior

El desafío es grande, pero la invitación a una revisión interior es la clave para encontrar la fuerza necesaria para vencer este desafío. Es necesario que cada ciudadano demócrata se pregunte: ¿estoy viviendo de acuerdo con mis convicciones? ¿O las circunstancias me están llevando a adaptar mi pensamiento a una realidad impuesta? Encontrar las razones internas que nos impulsan a vivir como pensamos es un acto de empoderamiento. Estas razones pueden ser el amor por la libertad, el deseo de un futuro mejor un país normal de progreso y desarrollo con oportunidades para las próximas generaciones, la convicción en la justicia, o simplemente la negación a ser despojado de la propia identidad. Abandonarlas sería como perder todo aquello que le ha permitido al venezolano, “SER”.

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La creatividad en la no violencia, emerge de esta coherencia interna. Cuando se tiene claro lo que se defiende, se encuentran las formas innovadoras de expresarlo, de resistir, de construir alternativas, incluso bajo la opresión. No se trata de una confrontación física, sino de una batalla cultural y moral, donde la integridad del individuo es el arma más potente.

El timón de la coherencia: Navegando la tormenta autoritaria

La frase de José Mujica, «Hay que vivir como se piensa, porque de lo contrario terminarás pensando como vives», adquiere una profundidad aún mayor cuando se le suma la urgencia de su contexto. Su preocupación por el desánimo y la sensación de que «no hay salida» es una realidad palpable. Es imperativo que nuestros conciudadanos comprendan que ceder al entorno, por muy abrumador que este parezca, es la verdadera derrota. Si no vivimos de acuerdo con nuestros principios democráticos, ya hemos perdido aquello que nos define como ciudadanos libres, incluso si conservamos una aparente «normalidad». La esencia de lo que somos, como demócratas, se diluye hasta que lentamente desaparece y la flama de la libertad se apaga para siempre.

La resiliencia democrática no es solo un acto individual, sino una fuerza colectiva. Es la suma de innumerables decisiones personales de mantener el rumbo, la manifestación de una voluntad inquebrantable que, aunque nace en el fuero interno de cada ciudadano, se multiplica y fortalece al expresarse en la esfera pública. Cada elección de vivir como se piensa, de no ceder al miedo, de alzar la voz con creatividad y no violencia, no es solo un triunfo personal; es un faro que ilumina el camino para otros, una pieza fundamental en la construcción de una marea de resistencia.

La lucha es permanente, como la lucha contra el mar. Pero como en el mar, la perseverancia, la estrategia y la fe en el destino final son las claves para vencer las olas y llegar a puerto seguro. Ese puerto es una sociedad donde la dignidad y los derechos ciudadanos sean plenamente reconocidos, donde la justicia prevalece y la gobernabilidad democrática es una realidad.

El llamado es claro: No dejen que el miedo los convierta en lo que no son. La única manera de no perderlo todo, es aferrarse a lo que se cree. La coherencia entre el pensar y el vivir es el ancla que nos mantiene firmes y la vela que nos impulsa hacia un horizonte de libertad.

En resumen, la frase de Pepe Mujica nos interpela directamente: la lucha por la democracia en un entorno autoritario es, ante todo, una lucha por la propia coherencia. Es un llamado a que los valores democráticos no sean meras ideas abstractas, sino principios vivos que guíen cada paso. Es la certeza de que, aunque el entorno intente doblegar la mente, el espíritu libre de un demócrata reside en su capacidad de pensar, vivir y resistir con dignidad.

Por Pedro Gonzalez Caro


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