Han pasado más de ocho años desde mi jubilación formal de la Facultad de Ciencias de la Educación, hogar académico de los caminos del arte musical y la investigación. Sin embargo, mi corazón docente nunca ha dejado de latir con fuerza. Y si me pongo detallista, añadiría que la grafología, aunque ajena a mis asignaturas, también me acompañó en aquella etapa. Por eso, aceptar la invitación de mi querido amigo Alejandro Conejero fue una experiencia maravillosa: un reencuentro vibrante con mi propósito. Alejandro, hijo del profesor Braulio Conejero, fue mi alumno en la Universidad Tecnológica del Centro, (UNITEC) y luego compañero en la Junta Directiva de la Fundación Festival del Cabriales; hoy, como Director Administrativo del Colegio Sagrado Corazón, me pidió impartir formación en grafología infantil a sus maestros de primaria y preescolar.
Cuando los directivos me solicitaron una evaluación al final del curso, comprendí de inmediato que mi misión iba más allá de una simple información sobre esta bella técnica. Mi deseo, mi convicción profunda, es empoderar a los maestros. Quiero que ellos, en su día a día, adquieran las herramientas básicas para observar y analizar la escritura de sus estudiantes. Por eso, esa evaluación la hice, sí, pero «a mi manera»: como un paso práctico dentro de un proceso de aprendizaje colaborativo. No se trataba de darles respuestas cerradas, sino de abrirles los ojos a un lenguaje no verbal fascinante que habla desde el papel.
Por Anamaría Correa
¿Qué es la grafología y por qué es relevante en la escuela? Es bueno recordar que esta técnica de carácter científico lleva más de un siglo siendo una aliada invaluable en múltiples ámbitos a nivel mundial. Millones de empresas confían en ella para procesos de selección de personal, buscando comprender aptitudes y rasgos de personalidad. Para la historia también es una buena herramienta, pues nos permite conocer el carácter y personalidad de nuestros próceres. Pero su aplicación en el campo educativo es igualmente poderosa, y es aquí donde enfoco mi pasión actual. La grafología ofrece una ventana única para que el maestro conozca mejor a cada alumno: sus potencialidades, su estado emocional general, su forma de enfrentar retos o relacionarse. Permite detectar indicios de posibles dificultades (como bloqueos, altos niveles de tensión o falta de adaptación) que, y esto es fundamental, no buscan un diagnóstico (tarea exclusiva de profesionales como psicólogos o médicos) sino servir como una alerta temprana para recomendar una evaluación especializada a los padres. El objetivo es siempre el bienestar integral del niño.
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Mi camino con la grafología comenzó en Madrid, en el prestigioso Instituto EOS, bajo la guía del maestro Mauricio Xandró. La profundicé luego en el ámbito universitario, en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense, específicamente en la Escuela de Medicina Legal. Al llegar a Venezuela, mi trayectoria tomó un rumbo hacia la aplicación forense, la «Grafotecnia» o ”Documentoscopia”, como perito judicial. Sin embargo, por el campo infantil siempre sentí un amor especial. Lo cultivé, no tanto desde la práctica clínica directa, sino formando a otros. Preparé a muchas personas, entre ellas, con inmenso orgullo, a mi hija Isa Ramos Correa, quien hoy es toda una maestra en el tema y, como suelo afirmar, aunque ella no lo acepte, «hace rato que me superó». Ver florecer ese conocimiento en las nuevas generaciones es una satisfacción incomparable.
Regresar a las aulas (ahora en el Colegio Sagrado Corazón) dos veces por semana es como una segunda primavera profesional. El entusiasmo de los maestros por aprender a «leer entre líneas» (o mejor dicho, entre trazos) es contagioso y me transportó a mis años en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Carabobo. Allí, no solo fui parte del Departamento de Artes y Tecnología Educativa (Mención Educación Musical), sino que, gracias a mi faceta musical, también colaboré con el Departamento de Educación Preescolar y Especial (que con los años se convirtió en el Departamento de Educación Integral). Fue en ese entorno diverso donde también apliqué la grafología. Ahora, en este colegio, vuelvo a sentir esa sinergia única que surge cuando el conocimiento se comparte con un solo fin: servir al niño.
En resumen: Esta experiencia en el Colegio Sagrado Corazón refuerza mi certeza de que la grafología, con su amplio espectro de aplicaciones (personal, educativa, profesional, médica y forense), tiene un lugar muy concreto y valioso en la escuela. No para etiquetar, sino para entender mejor la personalidad y el comportamiento humano reflejados en la escritura. Es una herramienta más que el maestro puede utilizar, con ética y responsabilidad, para personalizar su mirada, detectar señales que merecen atención y, sobre todo, para construir puentes de comprensión que ayuden a cada alumno a crecer y florecer en su singularidad. Volver a enseñar, después de tanto tiempo, no es solo compartir lo que sé; es renovar mi propia pasión por el poder transformador de entender al ser humano, un trazo a la vez
Por Anamaría Correa
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