La tensión política en Brasil ha alcanzado un nuevo pico este martes con la apertura del juicio por golpismo contra el expresidente Jair Bolsonaro. El magistrado de la Corte Suprema, Alexandre de Moraes, no se anduvo con rodeos al iniciar la fase final del proceso, acusando a Bolsonaro y a los demás imputados de haber intentado imponer «una verdadera dictadura» en el país.
En su intervención, que marca el inicio de una serie de sesiones que se extenderán hasta la próxima semana, el juez Moraes lamentó que «en la historia republicana haya habido un nuevo intento de golpe contra instituciones y contra la democracia para instalar un estado de excepción y una verdadera dictadura». Con estas palabras, el instructor del caso colocó el foco en la gravedad de las acusaciones, que señalan a Bolsonaro como el «principal articulador» y «líder» de una trama que buscó anular el resultado de las elecciones de 2022 para evitar el traspaso de poder a Luiz Inácio Lula da Silva.
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Bolsonaro, quien ha negado las acusaciones y se ha declarado víctima de una «persecución política», no estuvo presente en la sala del tribunal, pero sigue el juicio desde su residencia, donde cumple arresto domiciliario. Su defensa argumenta que no hay responsabilidad penal en sus acciones y que solo evaluó «alternativas constitucionales» ante lo que consideró una actuación judicial perjudicial. Sin embargo, la Fiscalía, en una denuncia de 272 páginas, presenta una robusta evidencia que incluye audios, registros de reuniones y testimonios, entre ellos la confesión del exayudante de Bolsonaro, el teniente coronel Mauro Cid.
El juicio, que ha captado la atención tanto nacional como internacional, es considerado histórico, ya que es la primera vez que un expresidente de Brasil es juzgado por intento de golpe de Estado. La condena podría acarrear una pena de hasta 40 años de prisión, si bien la sentencia no sería automática, ya que cabe la posibilidad de un recurso. La fase final del proceso no solo definirá el futuro judicial de Bolsonaro, sino que también sentará un precedente crucial para la democracia brasileña, que se enfrenta a una de sus pruebas más duras en la historia reciente.
Con información de EFE
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