Desde la diáspora, la dramática duda de una eminente médico egresada de la U.C: ¿La sombra que vence la casa? Oida la alocución de apoyo rectoral para el verdugo de la comunidad universitaria, justo cuando la O.N.U. informa sobre sus crímenes de lesa humanidad, de violación de DD.HH. en centenares de venezolanos encarcelados, muchos de ellos universitarios. Todo esto en contracorriente de la naturaleza existencial de la Universidad, centro de estudio del pensamiento político plural, democrático, libertario; de la cultura, el conocimiento científico -tecnológico; privilegiado territorio para la condición humana y los DD.HH.
La cómplice alocución, apoyo a actos gubernamentales, obran en reverso del histórico mantra del Himno de la U.C.V. «La casa que vence la sombra», asumido orgullosamente por las universidades autónomas venezolanas.
¿Cómo llegamos a esta ausencia política, moral, cómo a este silencio y miedo? Comprender nos aproxima a los procesos interiores universitarios, cuáles favorecieron la separación y desentendimiento político de la universidad con el país, de cómo su liderazgo estudiantil profesoral, intelectual, predominantemente de izquierda, marxista y cristiana, fue seducido con el brebaje alucinógeno «anticapitalista, antiimperialista», que Fidel Castro, triunfal en Cuba, distribuía como droga por América Latina. Una especie de aventura cinematográfica de fusil, barba y morral, sin asidero ni destino en la realidad venezolana, cuyo fracaso y derrota reconocieron valiente, honestamente, sus principales protagonistas.
La derrota definitiva de la aventura armada, concebía las universidades como pivote logístico, culminó con una ola represiva nacional, allanamiento de las universidades autónomas, destitución de sus autoridades, reforma grave, menguaba la autonomía y democracia, de la Ley de Universidades. Los restos del naufragio, el liderazgo disminuido de calibre político e intelectual se refugió en las aguas poco profundas del reivindicativismo estudiantil y gremial: lucha presupuestaria, medio pasaje estudiantil, becas, comedor, cupo, aumento salarial, alguna protesta académica un examen, una nota.
Por Luis Enrique Vizcaya
Estas medidas parecieron una especie de cerrojo al debate sobre el papel político y social de la universidad, de su naturaleza como sede del pensamiento, de las ideas, la cultura, de luchas por la democracia, libertad, justicia, moral y ética, atrás quedaron las preocupaciones y proyectos sobre petróleo, economía nacional, salud, educación.
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Entonces la universidad, encandilada por los avances científicos, tecnológicos, telemáticos, de finales del siglo XX y comienzos del XXI, fue sobrecogida por una visión tecnocrática, la cual ofrecía convertirla en un centro de investigación, de tecnología de punta, al estilo de las grandes universidades norteamericanas, de servicio a la empresa privada, la industria, de promoción y bienestar individual. La era «académica”, concentrada en una visión utilitaria laboral y egreso profesional universitario.
El gobierno autoritario, sabido del poder político, histórico, de la universidad, armado de una política de estado, sistemática, obtuvo su control, a través de disminución presupuestaria, destrucción de su planta física, abandono de su estructura de servicios estudiantiles, apartheid de hambre, empobrecimiento de su personal docente administrativo, obrero. Sus mandos directivos, gremiales fueron seducidos, cooptados unos, atemorizados otros. La Universidad no tuvo ideas ni fuerza que oponer, como contra las dictaduras de Gómez, Pérez Jiménez, tenía los brazos abajo.
Aún en medio de la adversidad, la amenaza permanente del gobierno y sus comisarios internos, la universidad tiene una conexión sanguínea con la sociedad. Vive su propia problemática, inserta en la inmensa crisis nacional, pero la universidad debe ir más allá de la lucha salarial y sumarse a la lucha por cambio.
La Universidad venezolana tiene sedimentos culturales, sociales para recuperar su papel político, social. La universidad autónoma, democrática nació en la lucha contra las dictaduras, en su ADN hay aliento histórico para reforzar el cambio democrático. Ser la luz que ilumine caminos de libertad, prosperidad, oportunidades para todos.
Por Luis Enrique Vizcaya
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