Opinión

El último apaga la luz…

En los albores de este siglo, los venezolanos se volcaron a las calles a protestar contra los despidos a punta de soplidos de silbato. Autopistas y avenidas de todas nuestras ciudades se colmaron de gentes que gritaban consignas contra el recién estrenado régimen autoritario y despótico. Lamentablemente, el único resultado fue la muerte de muchos, la mayoría fogosos jóvenes que bloqueaban las calles en señal de rebelión cívica.

En aquellos días, una dama de origen cubano, y exiliada en nuestra ciudad, me manifestó su admiración por los venezolanos: “ustedes están haciendo lo que nosotros debimos hacer en su momento, yo los felicito y los admiro”. No quise comentarle mis dudas sobre la efectividad de tales manifestaciones, hasta que no tuvieran el objetivo de llegar hasta Miraflores y obligar al déspota a renunciar, como pacíficamente lo hicieron, en su momento, algunos países satélites de la Unión Soviética.

Por Peter Albers

En la Checoslovaquia de 1968, en el alzamiento del pueblo contra el comunismo, llamado “La Primavera de Praga”, los enfrentamientos dejaron casi un centenar de muertos, principalmente estudiantes. En la Plaza Wenceslao de la capital checa se encuentra una lápida con el nombre de Jan Palach, quien en enero de 1969 se inmoló frente a los tanques rusos. En el sitio, los visitantes podemos observar flores siempre frescas en su memoria. A pesar de la represión, la Primavera de Praga se convirtió en un ejemplo de resistencia civil y un hito en la lucha por la libertad en Europa del Este.

Al paso que vamos, Venezuela se quedará pronto sin venezolanos. Adiós hallacas, arepas, pabellón, quesos de mano y guayanés, sancochos; parrandas navideñas, paraduras del Niño, palmeros de Galipán…

Por supuesto, seguirá el “cuánto hay p´a eso” pero en otro idioma, tal vez árabe, cantonés o mandarín, ruso, o español con ligero acento cubano.

El béisbol será un deporte “del Imperio” y, por supuesto, execrado y sustituido por otros más del espíritu de los tiempos, como la persecución en moto encapuchado (algo parecido a las coleaderas de toros) o el alcabaleo improvisado, donde gana el equipo que más matraquee.

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Las empresas del estado (las que queden) cambiarán de nombre, sustituyéndose de sus siglas la “V” por una “C”, una “R” o una “I”. Sus administradores ya no serán venezolanos (los actuales como que tampoco) sino de otros países, amigos y sostenes del decadente régimen y, además, beneficiarios en la extracción de los recursos naturales que, esos sí, seguirán siendo explotados, en desmedro del medio ambiente en todo el país, y en especial los yacimientos mineros en nuestra zona guayanesa, de su fauna, su flora y su población indígena.

Los venezolanos sentimos indignación ante la burla descarada de la que hemos sido víctimas inocentes. Los venezolanos votaron desconfiados, desde un principio, de la imparcialidad del ente rector de los procesos electorales, por su descarada ambición de imponer, en una torpe maniobra, al candidato, a todas luces perdedor el 28 de julio.

Los reclamos del movimiento unitario que llevó al candidato unitario de oposición no han caído en pozo hondo. Los gobiernos del mundo entero y las organizaciones internacionales que representan a las naciones democráticas, con excepción de los “países amigos” del régimen, reclaman la publicación de actas auténticas y creíbles.

Un país sureño sufrió una vez una situación que motivó el éxodo de sus ciudadanos. “El último apaga la luz”, decían.

Por lo menos tenían luces que apagar…

Por Peter Albers

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