Ya antes escribimos sobre las razones y los objetivos del opinar. Abundemos un poco. Es que, en este compromiso de publicar opiniones, se siente uno a veces como la polilla que da vueltas y más vueltas alrededor de una vela. Atraída por su luz, termina quemándose en su llama. Es la paradoja del acto de opinar en público: el deseo de acercarse al centro de la verdad, la tentación de la exposición, el impulso de la claridad, y también el riesgo persistente de la vulnerabilidad.
Uno siente siempre la necesidad de compartir sus pensamientos. Más que emitir juicios o compartir pareceres, es una forma de buscar sentido, de tender puentes con otras personas, de intentar comunicar lo que nos inquieta y apasiona. La luz de la vela simboliza ese destello que nos llama a interpretar el mundo y plasmar en palabras lo que bulle en nuestro interior.
Por Peter Albers
Es, primero, dejarse seducir por esa luz. La curiosidad y el deseo de comprensión nos empujan hacia ella. Cada vuelta alrededor de la llama es un intento más de acercarnos a lo que se percibe como verdad, de articular una idea que, con suerte, ilumine a quienes la lean. El teclado se convierte entonces en el instrumento que nos permite escribir, avanzar, tantear, corregir el rumbo y, a veces, encandilarnos
Sin embargo, como la polilla, quienes escribimos nos exponemos al peligro. Cada palabra publicada es una prueba de fuego. La exposición puede despertar crítica, incomprensión y, en ocasiones, rechazo frontal. La llama de la vela no distingue entre la polilla curiosa y la temerosa; ambas corren el riesgo de quemarse.
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La vulnerabilidad de quienes opinamos se manifiesta en la incertidumbre del resultado: ¿serán mis palabras comprendidas o distorsionadas?, ¿tendrán eco o caerán en el silencio?, ¿encenderán otras llamas o serán apagadas por el viento de la indiferencia? Cada opinión escrita es, en cierto modo, una apuesta y una confesión: muestra lo que uno piensa, lo que uno teme, lo que uno espera para sí y para quienes comparten el espacio público.
La metáfora de dar vueltas alrededor de la vela también describe el proceso mental que precede a la escritura de una opinión. Rara vez se trata de una decisión simple o espontánea. La reflexión previa está marcada por la duda, el cuestionamiento, la revisión de argumentos, la anticipación de posibles respuestas. El miedo al error, la preocupación por herir sensibilidades o por caer en el lugar común, hacen que giremos y giremos, como la polilla, antes de atrevernos a acercarnos al fuego.
En ocasiones, el giro se vuelve interminable. Escribimos y reescribimos, borramos, modificamos, matizamos. Buscamos un equilibrio entre la sinceridad y la prudencia, entre la audacia y la responsabilidad. El proceso se convierte en un diálogo interno, donde la polilla se pregunta si vale la pena acercarse aún más, si el riesgo de quemarse compensa la posibilidad de iluminar el entorno.
El acto de escribir opiniones, entonces, no debemos verlo como una obligación inexorable, sino como una posibilidad abierta. La polilla puede decidir cuándo y cómo acercarse, puede elegir las velas que desea rodear y las llamas que prefiere evitar. Y esta libertad es parte esencial de la dignidad de quienes escribimos.
Y esa imagen de la polilla y la vela permanece como una advertencia y una inspiración. Nos aventuramos a escribir opiniones impulsados por la esperanza de que nuestras palabras arrojen luz sobre realidades complejas, pero el fuego está siempre presente, y la quemadura puede ser ineludible.
Por Peter Albers
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