Opinión

La sociedad de la nieve

La historia de la La sociedad de la nieve. El veintiocho de julio de mil novecientos setenta y dos, me gradué de bachiller y al día siguiente, el veintinueve, nació mi hermanito Héctor Luis, Toby, el menor de los Correa, que llegó a alegrarnos más la casa. Discutíamos en esa época, si me iría a Caracas a estudiar ingeniería civil, o me quedaba en Valencia y me inscribía en una de las especialidades que ofrecía la Carabobo, ingeniería eléctrica, mecánica o industrial.

El solo hecho de pensar en estar lejos de mi familia, de mis padres, de mis tres hermanos, Miguel Ángel, que ya era todo un adolescente, Juan Pablo de casi tres años y mi nuevo hermanito, me aterraba. Y eso que, en Caracas, viviría con gente querida, porque toda la familia de mis padres se había ido a vivir allá. Finalmente decidí quedarme en Valencia y estudiar ingeniería eléctrica, carrera que abandoné cuando nos fuimos a España.

Por Anamaría Correa

En octubre de ese año, un avión militar uruguayo se estrelló en los Andes argentinos con cuarenta y cinco personas a bordo. Entre ellos, había muchos jóvenes más o menos contemporáneos conmigo, ya que el vuelo era un chárter para un equipo juvenil de rugby amateur, los «Old Christian Club» de Montevideo. Estaban viajando a participar en «La Copa de la Amistad» contra los «Old Boys Club» de Chile, en su capital, Santiago de Chile.

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Dado que el avión tenía cupo para cuarenta personas y ellos ocuparían la mitad, vendieron a muy bajo precio, los otros veinte boletos a familiares y amigos. Al final uno de los jugadores no pudo viajar y le vendió su boleto a una señora cuya hija se casaría en Chile y aprovechó la oferta. Para muchos de ellos, era su primer viaje en avión.

Pero lo que impresionó al mundo fue que dos meses después, en diciembre del mismo año, aparecieron dos de los muchachos que, supuestamente habían muerto en Los Andes, declarando que había catorce jóvenes más en el lugar del accidente. Los primeros titulares fueron impactantes, como el del diario chileno “La Tercera” que colocó: MILAGRO: HAY 16 SOBREVIVIENTES. O el del argentino “El Clarín” que publicó algo similar a: “MILAGRO DE NAVIDAD EN LA CORDILLERA”. Y entonces comenzaron las interrogantes. ¿Cómo sobrevivieron en un lugar tan árido y helado?

En una rueda de prensa, uno de los muchachos, de manera respetuosa y hasta espiritual, explicó que se habían alimentado de los cuerpos de los fallecidos y, de alguna manera, recurrió a Cristo, citó la transustanciación y fue aplaudido por la audiencia. Sin embargo, ahí sí comenzaron los titulares en el mundo entero. Se leían cosas como: ¿MILAGRO O CANIBALISMO? Y aunque ni sus familias ni las de los fallecidos los reprocharon, sí recibieron críticas de la prensa mundial tildándolos de “caníbales”.

Finalmente, el Papa Paulo VI les envió un telegrama a los sobrevivientes, diciéndoles que “Dios había enviado al hombre a la tierra para vivir, no para morir y que, de no haber ingerido la carne de sus compañeros, se podría haber considerado su decisión como un suicidio”. Es decir, no era pecado lo que habían hecho.

Estos jóvenes eran muy apegados a sus valores cristianos. Incluso uno de ellos, Adolfo “Fito” Strauch, contó que, cuando su madre lo vio, lo primero que hizo fue decir “se hizo el milagro”. Él no entendía de qué hablaba y luego, con calma, ella le explicó que varias madres le pidieron a la Virgen de Garabandal, para que hiciera el milagro de devolverles a sus hijos con vida y el milagro lo hizo.

Las madres de los jóvenes fallecidos en el accidente de Los Andes fundaron la «Biblioteca Nuestros Hijos, Valor y Fe» en Montevideo en honor a sus hijos. Sorprendentemente, ya estaba establecida en agosto de 1973. A pesar de las expectativas de que sería un lugar de tristeza, resultó ser todo lo contrario.

La biblioteca se convirtió en una especie de terapia de grupo no profesional, creando una comunidad pequeña pero unida por el dolor compartido. Estas mujeres, en su mayoría amas de casa, lograron establecer una obra significativa para ayudar a otros jóvenes con menos recursos, proporcionando transporte para llevar a los jóvenes a la biblioteca. Además, han expandido sus esfuerzos al abrir una escuela de informática, llevar libros a las cárceles y brindar apoyo a bibliotecas rurales, incluso en el interior de Uruguay. Y hoy en día, la comisión directiva está integrada por hermanas de los chicos que no volvieron y una cuñada.

A Raquel Arocena de Nicolich, madre de Coco Nicolich, en una entrevista, le preguntaron acerca de cómo se sentía al saber que el cuerpo de su hijo había sido «consumido» por sus amigos. Su respuesta fue que no le molestaba en absoluto, al contrario, se sentía más madre de todos ellos, ya que tenían un pedacito de Coco con ellos.

De este accidente o milagro, como prefieran llamarlo, hay muchas versiones. La primera película, hecha en 1973, se llamó “Los Supervivientes de los Andes”, fue una producción mexicana dirigida por René Cardona, basada en el libro del mismo nombre del norteamericano Clay Blair Jr.

Usaron nombres ficticios, los mismos del libro, pero contaron la historia. Luego, en 1993, se estrenó «¡Viven!», protagonizada por Ethan Hawke y dirigida por Frank Marshall. Esta película se basa en el libro homónimo publicado en 1974, escrito por el autor estadounidense Piers Paul Read. En “¡Viven!” se respetaron los nombres de los sobrevivientes, pero utilizaron otros nombres para los fallecidos.

Es una película muy hollywoodense, con escenas inventadas, a pesar de que, a la filmación, fueron invitados los sobrevivientes y, como habían pasado treinta y un años del accidente, fue como un despertar para la mayoría de ellos, quienes comenzaron a dar charlas motivacionales. Luego salieron documentales y varios libros sobre el tema,

Esta nueva película, “La Sociedad de la Nieve”, basada en el libro del uruguayo Pablo Vierci, amigo personal de varios sobrevivientes, dirigida por el español J. A. Bayona, es una de las favoritas al Oscar como mejor película extranjera. En ella, los fallecidos toman un papel muy importante. Verla, para mí, fue un regreso a la década de los setenta. Recordé, con mi hermano Juan Pablo, la canción que les dediqué con mi papá (la única que hice en coautoría con él), en la que una de las estrofas dice: “Locura, locura, comulgan los cuerpos de sus camaradas, la vida ya ha vuelto, simbiosis que salva”.

Pensar que no me quise ir a estudiar lejos de casa y ellos pasaron dos meses fuera de las suyas para aprender a valorar lo que pocos aprecian: la vida, la familia, la convivencia, el trabajo en equipo, la fe y la libertad. Hoy nuestros hijos, en su mayoría, están en otros países, aprendiendo a vivir, esperando que Papá Dios y la Virgen nos hagan el milagro.

Por Anamaría Correa

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