El otro día, mientras caminaba, escuché a un par de personas conversando en una parada de autobús. Uno de ellos mencionó algo como: “… y escuchaba música a la distancia y me distraje…”. Bueno, en realidad, el que se distrajo fui yo. Esa frase inesperada me atrapó, la saqué de contexto y la desmenuzé, dejándola esparcida sobre mi mesa emocional.
«Música a la distancia». ¡Cuánto significado encierra esa frase! Me suena a un título de un poema olvidado. Podría evocar una conexión emocional, donde la música actúa como un puente que une a personas separadas por la distancia, transmitiendo sentimientos y recuerdos. También podría hablar de nostalgia, al traer a la mente canciones que nos transportan a tiempos o lugares lejanos, cargados de melancolía. O tal vez de ecos y resonancias: sonidos que, aunque distantes, logran tocarnos profundamente, como un eco que viaja por vastos espacios. Incluso, podría explorar las relaciones humanas, las historias de quienes se sienten unidos por la música, sin importar la distancia física que los separa.
Sin embargo, en esta ocasión optaré por un enfoque más pragmático: tecnología y globalización. Reflexionaré sobre cómo la música y la educación musical se han transformado en el mundo digital, superando barreras físicas y permitiendo que las notas viajen más lejos que nunca. Al menos mi experiencia en la que estoy inmerso actualmente: experimentándola, viviéndola, aprendiendo, perfeccionándola y convirtiéndola en mi sustento.
Por Juan Pablo Correa Feo
Tras la forzada cuarentena, nos vimos empujados al mundo de las cámaras web y lo virtual. Antes de eso, daba clases de piano de forma presencial, yendo de un lado a otro como un viajero constante. Sin embargo, el confinamiento nos obligó a reinventarnos. Era adaptarnos o naufragar. Mi primer paso fue seguir trabajando con mis alumnos de Buenos Aires, adaptando nuestras clases al formato virtual, un cambio radical respecto a mi vida de docente itinerante. Pero pensé: si este método funciona en Buenos Aires, ¿por qué no podría hacerlo en otros países? Así comencé con la hija de una amiga que vivía en Atlanta; luego se unió su mejor amiga, y pronto se creó una cadena de recomendaciones. Ahora, mi trabajo es completamente online, literalmente a un clic de distancia entre una clase y otra, viajando virtualmente de Madrid a Houston, o de Londres a Vancouver en cuestión de segundos.
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Así, he descubierto muchas ventajas al comparar las clases en línea con las presenciales, más allá de evitar los desplazamientos constantes. En primer lugar, el estudiante no siente su espacio invadido ni experimenta la presión o el agobio que puede generar la presencia física del profesor a pocos centímetros de distancia. Cada uno se encuentra en su propia zona de confort: el estudiante en su entorno familiar y el profesor en el suyo, ambos con sus respectivos instrumentos. Además, la comunicación es directa y efectiva. En las clases presenciales, mostrar una indicación solía requerir literalmente pedir permiso para sentarme al piano; en cambio, frente a la cámara, todo ocurre de manera simultánea y sin interrupciones.
Otra ventaja significativa es la flexibilidad en la comunicación. Aunque las clases sean semanales, el estudiante puede contactarme en cualquier momento durante la semana para resolver dudas, recibir sugerencias o mostrar avances. También organizamos talleres colectivos, donde los alumnos, separados por miles de kilómetros, pueden conocerse, compartir experiencias, inspirarse mutuamente y generar una sana competitividad, fomentando así una comunidad vibrante y enriquecedora.
Esta actividad comenzó para mí en 2020 y, casi cinco años después, puedo confirmar la efectividad del formato. Funciona, y lo hace muy bien. Estudiantes que iniciaron con lo más básico y elemental en clases en línea, hoy interpretan repertorios de nivel admirable, abarcando compositores como Debussy, Chopin o Rachmaninov. Además, no dejan de explorar piezas populares que, aunque conocidas como populares, presentan su propio nivel de complejidad, como las obras de Freddie Mercury, Elton John o temas icónicos del animé japonés. Algunos incluso han superado la timidez artística y se han atrevido a componer piezas verdaderamente impresionantes.
Algo que puedo destacar es que, aunque mis estudiantes viven fuera de Venezuela, una gran mayoría es venezolana. Son chicos que han pasado más de la mitad de su vida fuera del país, olvidando lógicamente sus costumbres y tradiciones. Es normal, lógico y natural. Pero sí, entristece ver que ya es costumbre perder nuestras costumbres. Mas, esa conexión entre profesor y alumno, compartiendo la misma raíz cultural, fortalece la venezolanidad y refuerza nuestra identidad nacional. Esto se logra especialmente al incluir en las clases piezas del repertorio musical de nuestra tierra natal, como Teresa Carreño, Moisés Moleiro, Aldemaro Romero y Antonio Estévez. Este sentimiento se intensifica durante la Navidad, cuando incorporamos aguinaldos, parrandas y gaitas, celebrando juntos nuestras tradiciones a través de la música.
Concluyo diciendo que, por mi experiencia, la educación musical en línea ha demostrado ser una herramienta poderosa y efectiva que trasciende barreras geográficas, temporales y personales. Debería ser materia obligada en las carreras pedagógicas musicales. Permite a los estudiantes aprender desde la comodidad de su hogar, en su propio entorno, mientras acceden a una formación de calidad sin importar la distancia con el maestro. Este formato fomenta la autonomía, facilita la comunicación constante y abre oportunidades para conectar a músicos de diferentes partes del mundo, creando una comunidad global vibrante. Al combinar tecnología y arte, la educación musical en línea no solo expande el alcance del aprendizaje, sino que también inspira creatividad y refuerza la idea de que la música, literalmente, no tiene fronteras.
Por Juan Pablo Correa Feo
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