Opinión

Un país multiétnico

“Sudaca tenía que ser” refunfuñó con acento marcadamente madrileño el hombre retaco, calvo, malhumorado, ante la tardanza del barman, por su fisonomía evidentemente natural de algún país suramericano, en servirle otro vaso de cerveza. Así llaman en España, con tono de desprecio, a los nacidos en lo que una vez fueron sus colonias…

Por Peter Albers

Eso fue a mediados del 2005. Mi esposa y, sentados frente a la barra, yo mirábamos resignados una corrida de la Feria de San Isidro para la cual no habíamos podido conseguir boleto. Entre el retaco y yo, dos puestos vacíos. Me acerqué a él y, en voz baja, le comenté: “Ese muchacho probablemente venga del mismo país del que yo vengo; y tal vez usted ignora que, hace medio siglo, el país de ese “sudaca” como yo, acogió a miles de paisanos suyos que huían de la mala situación y la guerra, el hambre y la miseria que España sufría tras la Guerra Civil y la persecución de Franco. Y todos los venezolanos, salvo algunas excepciones que ignoro, los recibimos con los brazos abiertos, les dimos trabajo y los tratamos con respeto y sin nombrarlos con algún epíteto peyorativo. Y lo mismo hicimos con italianos, portugueses, ucranianos, húngaros y polacos, y judíos que buscaban rehacer sus vidas después de las atrocidades de Hitler y Mussolini. Y, mucho antes, con libaneses que huían de la opresión turca”.

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El hombre aguantó sorprendido el chaparrón, tras lo cual sólo pudo balbucear: “Hombre ¡pero usted no parece de allá!”, tras lo cual me pidió le aceptara obsequiarme una “caña”, como llaman allá la cerveza de barril servida en un vaso y, como notó que estábamos viendo una corrida de toros por TV, nos invitó a la próxima reunión en su peña.

Sirva esta anécdota para recordar que los migrantes no siempre son bien recibidos en las naciones a las cuales emigran en busca de la vida segura y plena que no consiguen en sus países de origen, destruidos por las guerras o la opresión de dictadores que arruinan el país que dominan, con beneficio de otros países cómplices, la indiferencia de otros “neutrales”, y el apoyo de su corrompida fuerza armada que, lejos de garantizar la ley y el orden, forma parte de mafias traficantes de drogas y bienes de la nación a la cual juraron un día defender precisamente de esos desmanes y abusos de poder.

Como en los Estados Unidos cuando la persecución de Hitler o la Guerra Civil española, o la siguiente represión comunista en la Unión Soviética, Venezuela también se convirtió, en los años de la bonanza petrolera, en un crisol de nacionalidades y etnias. Familias enteras abandonaron lo poco que tenían en su país, para “arrimar su hombro” en la construcción de un país moderno y desarrollado, y muchos hicieron además grandes aportes a la cultura y la educación de los venezolanos.

Alemania nos ha recibido con cálida (a pesar de sus inviernos) hospitalidad, y nos ha asegurado la paz y la tranquilidad que en el régimen “socialista del siglo XXI” no nos era posible tener. Y lo mismo está haciendo con los provenientes de países que, como el nuestro, son presa de la codicia y la maldad de unos pocos que sojuzgan a sus oprimidos. Por las calles se escuchan conversaciones en ruso, árabe, inglés (idioma oficial en muchos países africanos) entre gente que aquí ha encontrado la posibilidad de llevar una vida digna, sin calificativos denigrantes, y de educar a sus hijos para que en el mañana sean gente de bien. Tal vez podrán regresar al país que vio nacer a sus progenitores, para contribuir con su progreso y bienestar.

Por Peter Albers


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