Finalizando 1963 fundamos mi hermano Hermann (QEPD) y yo la primera oficina de arquitectura en Valencia. Con Eliseo Rojas, nuestro primer y muy fiel dibujante, nos sentamos a esperar clientes. Suponíamos que, con el auge industrial de Valencia, mucha construcción habría en los próximos años, y no estábamos equivocados, pero no contamos con que la mayoría de los proyectos para edificaciones industriales y comerciales venían del exterior, donde estaban las oficinas principales de las industrias, o eran contratados con oficinas de los más prestigiosos arquitectos de Caracas.
Casualmente (o tal vez no) el organismo que agrupaba a los comerciantes de la ciudad difundía por los medios un lema: “Si vives en Valencia, compra en Valencia”. Lema que era evidentemente ignorado por sus miembros, pues, al igual que las industrias, contrataban los proyectos de sus locales comerciales y de sus edificios de oficinas en otras latitudes.
La situación me movió a escribir mi primer artículo de opinión para el periódico local de mayor circulación: El Carabobeño, y a enviarlo sin que me fuera solicitado. El resultado fue, debo reconocerlo, casi inmediato: nuestra flamante oficina comenzó a ser tomada en cuenta, y la creciente demanda de proyectos motivó la creación de otras oficinas de arquitectura, si bien este proceso fue más lento.
Por Peter Albers
Esta experiencia personal, de cierto impacto, motivó que la Redacción del periódico me dedicara un espacio semanal para mis pininos como columnista de opinión, oficio que he mantenido desde entonces.
En el largo discurrir de los años, he vivido experiencias motivadas por los temas tratados en las “Albersidades”, de las cuales me permitiré contar algunas.
La más frecuente es la de ser reconocido por algunas personas en los sitios públicos y recibir de ellas comentarios sobre lo escrito. Algunas veces halagadores, otras no tanto, y hasta llegar a la controversia y el insulto. Pero, cuando escribes, es más gratificante saber que te lee alguien que no está de acuerdo contigo, y que en la interlocución puedes llegar a un punto de acuerdo tras la discordancia.
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En el primer año de este siglo, recibí un email de un lector, bastante agresivo. Comenzaba con “Musiú del c***** puede irse por donde vino y dejar de entrometerse en las cosas de los venezolanos”. Todo en mayúsculas (o sea, gritando) y seguía con una retahíla de improperios. Obviamente, mi nombre alemán le hacía pensar que yo era “un musiú”. Comencé respondiéndole que tendría que regresarme a Puerto Cabello, mi ciudad natal. En su segundo email bajó el tono y las mayúsculas. Para abreviar, terminemos la anécdota contando que el airado “revolucionario del siglo XXI” y este columnista, llegamos a tratarnos epistolarmente de manera cordial y respetuosa, preocupado él por la situación, que ya se vislumbraba, de desorden e ineficacia en la gestión gubernamental.
En los años cuando el régimen permitía que la prensa independiente tuviera acceso al papel, y existían los quioscos de periódicos, daba gusto ver a los transeúntes, entre ellos, obreros que se dirigían a sus sitios de trabajo en algún edificio, o empleados a sus oficinas, con su ejemplar de El Carabobeño bajo el brazo.
En una oportunidad, un gruero montaba en la plataforma del camión un carro accidentado. El propietario del vehículo, un colega, seguía atribulado el procedimiento. Me acerqué a saludarle, y el gruero, a su vez, me reconoció, se quitó los guantes sucios de grasa, y me tendió la mano.
Esa es la gente para quien escribo.
Por Peter Albers
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