En una conversa reciente con Andrés, un amigo de la diáspora, caímos en el tema, tantas veces mentado, de la magnitud del error que cometió la sociedad venezolana al votar en 1998 por la peor opción que se le presentó para ocupar la presidencia de la república (cuesta creerlo, pero aún había república). Repasamos los eventos que llevaron al chavismo a convertirse en una opción de poder, desde el caracazo de 1989 hasta la destitución de Carlos Andrés Pérez y el desprestigio que se le enchufó a su paquete liberal de economía y política, pasando por los golpes de 1992 que le dieron visibilidad y fama a unos soldados que solo tenían como credenciales el atrevimiento de atentar contra una democracia que llevaba 40 años de historia. Un sistema imperfecto, sin duda, pero democracia al fin, llena de libertades y con un potencial de prosperidad que solo esperaba por una gente –líderes, empresarios, paisanos de a pie- que supiera encauzarlo. Los electores, ante las opciones de la reforma o la patada a la mesa, se fue por el camino más drástico y empecemos de cero con estos señores que sí deben saber mandar.
Por Alberto Rial
En el medio de la plática se sumó un tercer invitado, colega nuestro, con opiniones muy firmes acerca de la responsabilidad del soberano en haber aplaudido y, peor aún, haberle dado poder ilimitado a unos advenedizos con muchas ansias de poder y muy poca formación (y muy pocos escrúpulos, según se supo en poco tiempo). De acuerdo a la apreciación de nuestro contertulio, los rasgos sociales que dominan en Venezuela desde que tenemos memoria fueron los que llevaron a votar mayoritariamente por un grupete de militares e izquierdistas trasnochados, cuadrados con el verde oliva y la revolución cubana, que no han soltado la silla de Miraflores hasta el sol de hoy y no tienen ninguna intención de salirse del juego por las buenas ni por las malas.
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“A este pueblo le encanta una bota y un fusil para que los mande”, decía Juan, nuestro nuevo compañero de mesa. “Si tú mides la motivación colectiva de poder y revisas otros datos sobre las preferencias de la gente, como la afición por los líderes fuertes, la dificultad en diferir las recompensas, la tendencia a torcer las normas y las creencias en los poderes mágicos de los populistas iluminados y picos de plata, llegas a la conclusión de que Chávez venía por ahí, lo estaban buscando, era cuestión de tiempo que un sujeto así se hiciera dueño de este país”. Juan pidió un café luego de su apasionado speech y se nos quedó mirando a la espera de una reacción, a favor o en contra, de su argumento sobre la raíz cultural de los males que trajo el chavismo.
“Es cierto”, dijo Andrés, “que la gente se la buscó. Parece que hubieran votado a ciegas, sin medir lo que se podía venir, sin más argumentos que una democracia en dificultades y un iluminado que venía a cambiarlo todo, a acabar con la corrupción y a enterrar a los partidos políticos. No hubo neuronas en esa elección. Se votó con las vísceras y a la luz de la magia”. Juan mostró su agrado con las palabras que acababa de escuchar e hizo una señal de brindis con el café, pero ahí la conversa tomó otro giro “¿Y ahora?”, dijimos casi al mismo tiempo, “¿seguirá la adoración al populismo y a los caudillos, o se habrán dado cuenta de que el asunto no va por ahí?; porque hay gente que dice que lo que se necesita es otro autoritario resuelvetodo, pero uno “bueno”. Inclusive dicen que hace falta otro como Chávez, no estos herederos que destruyeron todo y se robaron lo que quedó”. La diferencia de opiniones se hizo evidente al tocar el tema del presente y el futuro de Venezuela. Uno dijo que la gente tenía que haber aprendido de sus errores y que las crisis enseñan, el otro soltó que no se había aprendido nada y que por eso le pedían a María Corina que hiciera milagros, y yo traté de mantenerme en un inestable balance que solo terminaba de indicar que no teníamos la idea muy clara de lo que la gente está pensando, de sus necesidades y de la urgencia que hay en resolver temas críticos como la pobreza, la salud y la inseguridad que sufre la mayoría.
Terminamos la conversa con el acuerdo de estar en desacuerdo, y cada quien a su casa o a su trabajo. Pero el tema quedó ahí, flotando, sin definir ¿En qué se convirtió el país luego de 25 años de chavismo? ¿Qué será lo primero que habrá que atender cuando regrese la democracia? ¿Tendremos paciencia para esperar los resultados –que pueden tardar años- o la inestabilidad nos llevará a otro choque y a más crisis? Bienvenidos los pronósticos.
Por Alberto Rial
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