En 1970, cuando vivimos en Madrid por el año sabático de mi papá, se mudaron a nuestro edificio unos venezolanos. Nosotros vivíamos en el quinto piso, apartamento 5º B y al lado nuestro, en el 5º D, unos maracuchos, bien vulgares; ese tipo de gente que puede hacer que uno sienta vergüenza de su gentilicio.
Los venezolanos que se mudaron eran valencianos como nosotros. Una pareja de hombres, cuyas esposas se habían quedado en nuestro país, mientras estos señores iban a ir arreglando las cosas en Madrid, para su llegada.
Por Anamaría Correa
Ellos eran Michel Ortega y Ernesto Cuevas. A ambos les tomé mucho aprecio y hoy en día, ninguno de los dos está con nosotros.
Ernesto era un guitarrista fabuloso. Talento que heredaron sus hijos. Los dos mayores Ernestico y María de Lourdes (La Beba), son venezolanos y llegaron un tiempo después con su mamá, Lourdes (La Morocha), a Madrid. Cuando vivían en Europa nacieron Jorge y Carlos, en ese viaje que comenzó con la estadía de Ernesto en el 4º piso de la Calle Colombia. Jorge nació en Madrid y Carlitos en Londres. Ambos hoy en día, son músicos de respeto y Jorge, además, es médico.
De Michel no supe mucho. Siempre me consentía, me llevaba dulces cuando estaba enferma, incluso un día me prestó su equipo de cassettes con música de Simon & Garfunkel, que creo que fue mi cura. Y me defendía o me calmaba cada vez que me peleaba con Ernesto, cosa que ocurría muy a menudo, por nuestras diferencias musicales.
En una oportunidad, Ernesto tocó en televisión española, haciendo un dúo de guitarras con otro venezolano, también muy buen guitarrista, que creo que se llamaba Benjamín. Era un moreno de piel bien oscura, de esos que de noche no se ve. No creo que en sus antepasados haya habido otra raza distinta a la africana. Eso a mi parecer, lo hacía mejor músico, porque siempre he pensado, con envidia sana, que los negros nacieron para la música.
Esa noche, como celebración de la aparición en televisión de mi vecino, organizaron una fiesta de venezolanos, muy agradable en el cuarto piso. Asistieron políticos, artistas, excéntricos y gente común. Todos venezolanos. Gracias a Dios no era ese tipo de fiesta cursi, donde a los asistentes les da por comer arepas con caraotas negras y llorar con el Alma Llanera. Cada uno lució su arte, los poetas recitaron, los músicos nos deleitaron y, después de un rato, comenzaron los chistes. Uno de los asistentes, muy venezolano, se parecía a los Díaz, es decir, tenía un algo de Simón y mucho de Joselo. Se trataba de su hermano Rafael, estaba en Madrid por asuntos de trabajo. Tan chistoso como sus hermanos. Todos en la fiesta, echándole broma, lo llamaban ¡Epa Simón! o ¡Qué fue Joselo! Entonces se le acercó Benjamín, el guitarrista y le dice,
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– En verdad te pareces a Joselo y Simón. Yo los conocí mucho. Pero ojalá no te le parezcas humanamente. Ellos son de lo peor que yo he conocido. Yo era amigo de ellos, de los dos, porque fueron mis compañeros en teoría y solfeo, cuando éramos niños.
Rafael se rio y no entendió si era broma o verdad lo que aquel hombre decía de sus hermanos. Y continuó Benjamín:
-Yo estudié con los dos en la escuela de música, brutísimos ambos. Joselo estudiaba flauta y Simón clarinete. No daban pie con bola. Un desastre. No tenían oído.
Ya el silencio en la reunión era sepulcral. Sólo Ernesto trataba de distraer al negrito para que se callara. Creo que todos sentíamos pena ajena, porque el único que ignoraba que Rafael era hermano de los Díaz era Benjamín, quien continuó diciendo:
-Pero tú sabes cómo es Venezuela, allá triunfan los mediocres, como Joselo y Simón, no la gente valiosa como uno, uno tiene que venirse al extranjero, pa’ ver si hace algo. Esos llegaron a la televisión acostándose con todo el mundo.
Mi papá no aguantó más y le dijo a Benjamín:
-Mira, mejor cállate, no sigas metiendo la pata, Rafael es hermano de Joselo y Simón.
Y Rafael agregó:
-No quisiera desmentirte, pero es que mis hermanos jamás estudiaron música juntos, porque Simón es el mayor y Joselo el menor, junto a su morocho Manolo que es policía, como yo. Entre ellos hay muchos años de diferencia y esta diferencia no les hubiera permitido estudiar juntos. Por otra parte, jamás estudiaron instrumentos de viento, ni siquiera recuerdo que hayan estudiado teoría y solfeo. Creo que Simón sí estudió, pero después de viejo y solo.
Ernesto, que era quien más vergüenza ajena sentía, con mucha inteligencia, apagó las luces para que escucháramos los poemas de no sé quién.
Nadie vio en qué momento se escapó el negrito, como de todas formas, no se veía…
Lo que pensé fue cómo una persona con un talento tan especial, pudiera encerrar dentro de sí tanta envidia o tal vez solo eran ganas de ufanarse de algo y “metió la pata”. Más nunca supimos de Benjamín, pero lo vivido esa noche, creo que nadie lo olvidó.
Por Anamaría Correa
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